Elena Francis
En mi cabeza resuena aún la sintonía del programa, el consejo que siempre incluía la resignación cristiana
Quité el audio a la televisión mientras los fastos de la exhumación se retransmitían desde el desolador Valle de los Caídos. Bajo las imágenes dejé ... que sonara un blues, con sus notas capaces de pespuntear el alma dejándote a la deriva. Me hacía la sueca, pero mis ojos revoloteaban como una polilla mirando a Francis Franco comandar la familia enlutada del dictador. «¡Qué viejo está!», murmuré bajó el quejido de Nina Simone. Entre mi atención distraída se coló una voz. Nadie es inmune a la caprichosa geografía de los recuerdos, y el finiquito de los años de mi niñez me devolvió a Elena Francis. Para quien no la conozca, el 'Consultorio de la señora Francis' fue un programa emitido para toda España desde Radio Barcelona entre 1947 y 1984. Estaba dirigido al público femenino y entre sus objetivos se hallaba el de vender productos del Instituto de Belleza Francis.
La estrategia de su éxito giraba en torno a la correspondencia que mantenían las oyentes con aquella supuesta experta en comportamiento moral. Cuando subías la escalera de tu casa, hincando el diente al pan con chocolate, de vuelta del colegio, la voz de aquella mujer advirtiendo de lo peligroso que eran los tocamientos de las manos masculinas, y cómo había que resistirse conteniendo la respiración y pensando en otra cosa se filtraba bajo las puertas de los hogares del vecindario. Era la hora de la plancha, en cada hogar relucían los azulejos, y la madre abnegada y fregona descansaba alisando las camisas de algodón. Yo me sentaba junto a la radio, mordiendo el final del lápiz y preguntaba lo que no entendía, que era casi todo. Desde las cuatro puntas del país escribían mujeres atribuladas por el acoso sexual, las violaciones, los matrimonios forzosos, y aquellos embarazos que siempre, de la manera que fuera, los traía Dios. En mi cabeza resuena aún la sintonía del programa, la liturgia de la confesión, la voz pegajosa del consejo que siempre incluía la resignación cristiana y una sombra que quedó en mi cerebro como una maldición adjunta al destino de la mujer.
El franquismo, los derivados sociales de aquella 'pacífica' homogeneidad y orden, tuvieron tentáculos terribles que nos alcanzaron certera y especialmente a las mujeres, a nuestra capacidad de ser libres en todos los aspectos de la vida, pero especialmente en el campo intelectual y sexual. Generaciones de mujeres murieron en el anonimato de una vida conformada y desesperanzada. Otras sobrevivieron con miedos al fuego eterno bajo la creencia de que el disfrute era un tesoro escondido más allá de las fronteras que no se podían cruzar sin permiso del padre o marido. Las cunetas de la vida de las madres y abuelas de nuestros políticos millennials están llenas de ecos doctrinantes que la puñetera exhumación me trajo a la memoria y que vivían en las cocinas, en los salones y en las alcobas. Va por ellas.
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