El Partido Demócrata ve «una amenaza para la democracia» en las palabras de Donald Trump ante un auditorio de cristianos. «Salid a votar. En cuatro ... años, lo haremos tan bien que no tendréis que volver a votar más». El hecho de que la campaña del aspirante conservador a la presidencia de EE UU haya renunciado a precisar el sentido de estas manifestaciones invita a vincularlas con las conocidas simpatías de Trump por dirigentes autocráticos como Putin o Xi Jinping, o con su deseo de convertirse en «un dictador» -que después dijo que era una broma-. Igualmente inevitable resulta recordar su negativa a aceptar la derrota frente a Joe Biden hace cuatro años y cómo sus esfuerzos por revertir la decisión de la ciudadanía y por impedir, en último extremo, el traspaso ordenado del poder alentaron el asalto armado al Capitolio. Día a día, el exmandatario se muestra reñido con la mínima exigencia de juego limpio. Y en medio de la eclosión de Kamala Harris, perturbadora para su aspiración de paseo triunfal hasta la Casa Blanca, asoma otra cuestión: ¿Qué ocurriría si pierde, o si vuelve al Despacho Oval y debe abandonarlo obligatoriamente al final de su segundo mandato?
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