Fuego contra el negacionismo
La emergencia de los incendios, que siguen sin dar tregua nutridos por el calor abrasador, es la peor evidencia de la crisis climática
España va a cumplir una semana convulsionada por una oleada de incendios que se ha cobrado tres vidas, innumerables desgarros personales y una superficie de ... terreno forestal arrasado que se asoma a los más negros récords de la historia reciente. Un combate que obliga a movilizar todos los recursos disponibles, con síntomas de extenuación en las poblaciones de las comunidades más afectadas -Castilla-León, Galicia y Extremadura- y temores en otras, porque la esperanzadora confirmación de que los devoradores fuegos de Zamora y León están ya bajo control se ha visto aguada por la persistencia de otros focos y la aparición de nuevos que siguen sin dar tregua a los responsables institucionales y a los equipos de emergencia; una virulencia agravada por la sequedad del entorno natural y unos vientos traicioneros dificultan las tareas de extinción. Pero las particulares circunstancias que determinan cada uno de los frentes y la inquietante constatación de que buena parte de los incendios están provocados intencionadamente -una culpabilidad humana directa a la que el endurecimiento paulatino de la legislación punitiva no logra poner coto- no puede orillar una realidad circundante: las temperaturas al rojo vivo derivadas del calentamiento global. Baste consignar que, en medio del calor abrasador que está dando oxígeno a las llamas, ciudades del norte como Bilbao u Oviedo rebasaron ayer los 40 grados.
Negar ante esta catástrofe el impacto de la emergencia climática es en el mejor de los supuestos una falaz ensoñación y, en el más tóxico para el bien común, un ejercicio de irresponsabilidad. Y ello al margen de la fiscalización crítica que merece la actuación de unas administraciones públicas -la del Estado y las autonómicas- que están proyectando una imagen de resignación ante el desastre allanado por la falta de previsión y los fallos en la comunicación y en la cooperación. Pero resulta significativo, en plena diatriba partidaria orientada ahora a la gestión de la crisis, el silencio de quienes consideran la alerta sobre la erosión del ecosistema una hipérbole exagerada y malintencionada. Si repunta el calor y cae la humedad, el terreno se reseca y es pasto más fácil para las llamas. Semejante obviedad no debería cuestionarse. Y sin olvidar el daño añadido que provocan incendios como los que sufrimos por la expulsión del dióxido de carbono que custodian los bosques, patrimonio de nuestro bienestar.
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