El asesinato de Diego Valencia, sacristán de la parroquia Nuestra Señora de La Palma, y las heridas infligidas al párroco de San Isidro, Antonio Rodríguez, ... en una sucesión de ataques perpetrados por un joven marroquí, Yassine Kanjaa, provocaron al atardecer del miércoles un doloroso desgarro en Algeciras y el escalofrío se extendió a todo el país. El temor inicial a que se tratase de una acción inserta en un plan terrorista de mayor alcance, la inquietud posterior al suponer que era la actuación de un 'lobo solitario' instigado a distancia, la presunción final de que el asesino había desarrollado un odio al que el islamismo salafista prestó sentido orientándolo finalmente contra fieles cristianos, describen los momentos de una tragedia desconcertante.
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El patrón violento de uno o varios yihadistas empleando cuchillos o machetes para causar pánico, ensañándose con transeúntes o con policías uniformados, ha sido una constante de los ataques islamistas en suelo europeo, y está presente en los vídeos que aficionan a jóvenes migrantes también en nuestro país sin que pueda impedirse su tráfico. Es la modalidad más pavorosa del terror, puesto que a su imprevisibilidad se une que el terrorista contacta físicamente con la víctima para cosificarla. Las informaciones sobre la concurrencia de enajenación en la conducta del autor de los ataques, que descartarían su pertenencia a trama alguna, pueden resultar tranquilizadoras. Pero no lo es tanto que el odio inducido en seguidores de una religión contra los de otra sea una fuente propicia a la alienación mental.
A partir de la instrucción en que desemboquen las investigaciones policiales, la Audiencia Nacional tipificará los delitos cometidos por Kanjaa, hasta que los tribunales dicten la verdad judicial sobre lo ocurrido en Algeciras. Mientras tanto, la reacción serena de los algecireños, que conviven de manera solidaria y en tolerancia, el pronunciamiento de la Conferencia Episcopal señalando que «no podemos demonizar a ningún colectivo, o caer en provocaciones y demagogias» y la presencia de representantes del islam en la ciudad gaditana para condenar los ataques perpetrados por un musulmán y solidarizarse con sus víctimas componen el cuadro esperanzador de un país diverso y amigable, absolutamente reacio a dejarse llevar por los temores y prejuicios primarios que busca despertar el terror y que rechaza cualquier intento de aprovechamiento político de la tragedia.
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