DISTANCIA Y SEGURIDAD
BILBAO ·
Alrededor de los colegios hay casas de juegoLa apelación a los niños, a los hijos, a los jóvenes, es en nuestro mundo blando un argumento ganador. Lo comprobamos estos días en una ... de las factorías mundiales de la falacia, Cataluña, donde la oficialidad nacionalista ya ha producido una manifestación con un lema apabullante: '¡No toquéis a nuestros jóvenes!'. La fórmula funciona porque inviste al emisor de una legitimidad no solo bondadosa, sino biológica, casi telúrica. ¿No veis que soy mejor que vosotros y no hago esto (cualquier cosa) por mí, sino por los niños?
El argumento se traslada con frecuencia a los colegios, pretendiendo alejar de ellos lo impuro. Sucede ahora con los salones de juego, pero funciona igual cuando los vecinos no quieren en el barrio una discoteca, un centro para toxicómanos o una antena de telefonía. Vaya por delante que el juego necesita los lógicos controles y que los menores tienen prohibido entrar en las casas de apuestas, del mismo modo que no pueden comprar alcohol o tabaco o hacerse un 'piercing' sin autorización.
Lo asombroso es entender que los jóvenes juegan por cercanía. Y que alejar los salones de juego de los colegios será decisivo. Como si al hacerlo no estuvieses acercando esos mismos salones a las viviendas de los jóvenes. O como si en el espacio que dejen los salones no fuesen a abrir negocios igualmente amenazantes para la virtud colectiva: bares con alcohol y tragaperras (y máquinas de apuestas); tiendas de marcas salvajemente consumistas o, peor aun, de clubes de fútbol; librerías donde venden los libros que a cualquiera llevan a la perdición: Nietzsche, Ayn Rand, Josef Ajram, Cristina Morales.
Tampoco está mal que alguien crea que será útil alejar los salones de juego de unos jóvenes que llevan en el bolsillo un teléfono con el que acceder al casino más grande del universo. Un casino que además te envía mensajes personalizados. Remite, guiñando un ojo, Cristiano Ronaldo. Al final no hablamos solo del juego, sino de si preferimos una sociedad que defienda una razonable libertad individual o una donde se imponga la virtud. Toda esta energía que se destina al entorno de los colegios debería centrarse en su interior. Si allí se consigue dotar a los menores de la autonomía suficiente para andar sin tutelas por el mundo, no será tan urgente eso de ponerles unos metros más allá, a los pobres, la realidad.
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