El desalojo
Ayer comprobamos todos los españoles que derribar un Gobierno hace poco ruido, pero Rajoy se niega a dimitir
Ayer comprobamos todos los españoles que derribar un Gobierno hace poco ruido, pero Rajoy se niega a dimitir. Al apoyo de Podemos, anunciado desde el primer día, se ha unido el también puntual de ERC, PdeCAT y otros ilustres descontentos, no sin antes recibir garantías de que se mantendrán los presupuestos del PP. Los que le deseamos a Pedro Sánchez toda la suerte del mundo no queremos que se la quite nadie. Es preferible que los volubles dioses de la política, que tienen mucho tiempo libre, se ocupen de eso. No conduce a nada repetir eso de que estamos ante un Gobierno inviable, porque siempre hay otras vías.
Mientras algunos hablan de seguir adelante y proponen restablecer puentes para continuar el diálogo con el Govern de Cataluña, otros no hablan más que del regreso de Puigdemont, que por cierto nunca se ha ido. Los que no creemos en el concepto pecado, pero sí en el delito, somos partidarios de unas próximas elecciones, pero ignoramos cual es su proximidad, porque en política el tiempo no depende de los calendarios, sino de los sentimientos. Mientras se dilucidan estos problemas, el jovencito Frankenstein se ha hecho un hombre y Pablo Iglesias, que ha demostrado que tiene 'don de lágrimas', aumenta el número de sus partidarios sumando incluso a los que no quieren tomar partido. Ahora ofrece a Sánchez «ganar juntos las próximas elecciones». Quizá sea una oferta que no puede rechazar. El poder compartido es de muy arduo respeto entre nosotros, ya que todos saben cuál es la mejor parte y quieren llevársela. Unos para su uso y disfrute y otros para que no se la lleve nadie, que hasta eso no conviene llegar de ninguna manera. Ni siquiera de esta.