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La semana pasada se despidió del Congreso la diputada Rosa Martínez haciendo un alegato sobre la urgente necesidad de una política útil para los ciudadanos en estos tiempos de tanta incertidumbre, furia y ruido. La grandeza personal y política de la nueva coordinadora del grupo parlamentario Elkarrekin Podemos fue elogiada por sus compañeros de partido y, lo que ha parecido inaudito, por sus rivales políticos. Incluso por miembros del Gobierno que han compartido con ella trabajo parlamentario. Se hizo viral en las redes su discurso porque transmitía con honestidad el valor que aportaban las propuestas de otros compañeros con diferentes ideas políticas a los trabajos que se hacían en el Parlamento. Defendía la nobleza de la profesión política y la importancia de la búsqueda de acuerdos para afrontar los verdaderos retos a los que se enfrentan nuestras sociedades, debates eternamente aplazados por el corto plazo.

Si todo el arco parlamentario aplaudía un discurso tan crítico con la calidad del debate político será que la mayoría de los representantes políticos no se sienten cómodos en el marco polarizado que establecen algunos líderes y algunos medios que viven de tratar a la política más como un espectáculo que como un material que transforma realmente la vida de los ciudadanos. También resulta un poco triste que la generosidad con las virtudes del rival necesite de la despedida para ser exteriorizada en público, impidiendo con ello la transmisión pedagógica del acuerdo entre diferentes, que es lo común a todos los parlamentos, donde trabajan comisiones por áreas temáticas en las que terminan desarrollándose unos lazos profesionales y personales que trascienden a las ideologías políticas y a las etiquetas de partido. Algo que se le esconde deliberadamente a la ciudadanía.

Sinceramente, creo que hay más probabilidades de encontrarse a gente capaz, trabajadora y con vocación de servicio público dentro de la clase política que en los medios de comunicación o la universidad, por citar dos espacios desde donde se suelen construir desde la arrogancia los ataques a la clase política. La desconfianza de la ciudadanía hacia sus representantes está injustamente generalizada. Es nuestra responsabilidad también hablar bien del trabajo de los políticos. No me cuesta juntar nombres de todos los partidos al de Rosa Martínez que también trabajan por construir una sociedad en la que el pluralismo estaría garantizado. Por ejemplo, Teresa Laespada, Miren Larrión, Borja Sémper y el mismo Íñigo Urkullu.

Quizás el debate político no es de tan mala calidad como el que reflejan los programas que han hecho de la política un espectáculo y donde se recopilan las peores jugadas del día para que la ciudadanía se sienta superior a esos políticos de trazo grueso. A lo mejor tampoco las redes sociales son muy activas en seguir los debates de cada una de las comisiones que trabajan discretamente en todas las instituciones. La defensa del pluralismo político requiere de la ruptura de las trincheras mediáticas. Puede que la sociedad no esté tan polarizada como dicen esos titulares. La mayoría de los españoles, por ejemplo, está a favor del dialogo en Cataluña. Vale la pena probar a suministrar, de vez en cuando, alguna noticia positiva sobre los políticos y su capacidad de llegar a acuerdos y poner en marcha iniciativas que nos benefician a todos.

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