Decisiones complejas
El optimismo sobre la victoria a esta pandemia no puede ocultar el realismo ante otro virus, este económico, que hará sufrir a los más vulnerables
Queremos grandes consensos en la lucha contra esta pandemia, pero no ha sido el ejemplo seguido por los países. Para el 'día después', que serán ... años, necesitamos coordinación y solidaridad a todos los niveles. Pero entre el egocentrismo personal y colectivo, y la complejidad de las decisiones, estamos reproduciendo diferentes modelos de respuesta. Abordo tres cuestiones: el ritmo del desconfinamiento general, la vuelta a las aulas de los niños y la necesidad de pactos políticos en Europa, en España, en Euskadi.
Sobre el progresivo desconfinamiento. La respuesta sobre el cómo y el ritmo de la vuelta a (otra) normalidad es diversa y poliédrica. La aceleración del 'desescalamiento' asume un mayor riesgo de aumento del trinomio contagios-hospitalizaciones-defunciones. Lo más prudente para no provocar repuntes es quedarnos en casa. Pero también supone un mayor y más duradero desempleo, dificultades crecientes para las empresas y un descalabro sin parangón de las finanzas públicas.
Una u otra decisión son respuestas que desde el punto de vista ético gozan de razonabilidad y validez. Proceder a un desconfinamiento muy pausado, al ralentí, es dar valor a las normas que con carácter universal debemos cumplir, en cualquier circunstancia, con convicción deontológica.
Pero, por otro lado, optar por una vuelta a la normalidad con mayor ritmo es atender a la responsabilidad de hacernos cargo de las consecuencias de nuestras decisiones en términos de mayor valor para el mayor número de ciudadanos. Los dos razonamientos son válidos. Pero hay que tomar una decisión. No me quedo en la barrera y opto por la decisión consecuencialista, con la certeza de provocar reacciones dispares.
Este dilema es tan viejo como nuestra humanidad. Mayor precaución en el desconfinamiento equivale a menos contagios, menos muertos. Y también a mayor recesión económica, más sufrimiento de los colectivos vulnerables, más cierres de empresas y negocios, más gasto y menores ingresos públicos, que origina menos posibilidad de gasto en protección social a futuro, mayor ausencia de bienestar y mayor pobreza. Y la pobreza también mata, más lentamente, y no es noticia diaria. Y mientras tanto, hace sufrir.
Mis palabras quizá son fuertes, yo intento no serlo. Soy optimista sobre la victoria a esta pandemia. Y trato de ser realista cuando intento anticipar otro virus económico que nos viene y hará sufrir, sobre todo, a los más vulnerables y a muchas empresas. Este es un ejercicio de responsabilidad que debemos hacer, personal y colectivamente.
El concepto de daño colateral puede ser utilizado en este contexto. Tópicamente se utiliza para señalar los efectos no intencionales de una acción armada. Podría utilizarse para identificar el plus de contagios y muertes producidos por una decisión de aislar insuficientemente a la población. Pero también se utiliza (Zygmunt Bauman) para identificar el plus de pobreza y sufrimiento que se deriva de las desigualdades, generadas por una política y economía que, con recursos escasos, olvida a los vulnerables.
El dilema de Churchill de informar o no a la población, sabiendo que los nazis iban a bombardear Coventry en la Segunda Guerra Mundial gracias a que Turing descifró los códigos encriptados de información de los alemanes, es también un buen ejemplo de decisiones complejas.
La segunda cuestión que produce desencuentros es el confinamiento de los niños y la vuelta a las escuelas. En la línea de los argumentos anteriores, decisiones dispares son razonables. Y también expreso el fruto de mis reflexiones. «Dejad que los niños …» puedan salir a la calle, con las debidas precauciones, como anunció anoche Pedro Sánchez. Y que puedan ir a la escuela cuanto antes y antes de que acabe el curso . Como en Francia, en Alemania, en Dinamarca, en Austria, y con los mismos argumentos: para frenar las desigualdades educativas entre niños, en muy diferentes situaciones familiares, y para que los padres puedan ir a trabajar. ¡Ah!, y porque los niños necesitan su escuela, sus amigos, y el buen hacer de sus andereños y profesores..
La tercera reflexión se centra en la necesidad de acuerdos políticos globales. Todos estamos de acuerdo, pero los acentos en la disparidad de criterios impiden los pactos. Mal que bien, Europa ha cerrado unos primeros acuerdos financieros. No son los coronabonos de deuda mutualizada, pero es un avance. Esperemos que se produzcan otros, en materia de apertura coordinada de fronteras, de espacio aéreo. En España, el acuerdo global pasa por un pacto PSOE-PP nuclear, y cuantos más partidos se sumen, mucho mejor. ¿Y en Euskadi? También, ¿no? El tándem que sin duda suma mayoría es PNV-Bildu. Y si suman otros, también mejor. Vuelvo a decir lo que pienso. Si los acuerdos son necesarios, estos también. Al menos, eso pienso.
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