Cuéntame otra historia...
Deberían fomentarse desde el colegio la lectura de varios periódicos y los concursos de debates. Hay que enseñar a dudar, a cambiar de opinión y a reconocer al contrario
Muy probablemente usted haya tenido ocasión de ver a través de su teléfono móvil algunos de los numerosos vídeos en los que separatistas catalanes explican ‘ ... su historia’. Algunos tratan de convencernos de que llevan siglos luchando por la independencia de la opresión española, otros denuncian la conspiración para negar que Miguel de Cervantes o Santa Teresa de Ávila fueran catalanes, los hay dedicados al «España nos roba» y los de los mil heridos del referéndum. Para una persona instruida y ecuánime estas proclamas no suelen provocar más que una sonrisa irónica o un comentario condescendiente; pero los hechos demuestran que nos deberían preocupar, y mucho. Pues hay millones de personas que aceptan historias de similar enjundia, como que Dios nos envió el sida para castigar a los homosexuales, que los europeos ‘cruzados’ pretenden envenenar a los musulmanes con su materialismo y hedonismo, lo de la confabulación de los judíos para dominar el mundo, o que hay una plan de los mexicanos para emplear la inmigración para recuperar los territorios que en el siglo XIX les arrebataron los norteamericanos. Lo cierto es que a pesar de que la fiabilidad de las ciencias sociales se va aproximando a la de las ciencias exactas, y de que la actualidad nunca ha estado tan documentada, muchos siguen aceptando ‘historias de odio’ sin fundamento real.
Una víctima directa del nazismo, el austriaco exiliado Karl Popper, publicó al final de la Segunda Guerra Mundial su monumental obra ‘La sociedad abierta y sus enemigos’; considerada como una de los libros de ensayo histórico más influyentes del siglo XX. Su principal idea fuerza es que la mayor amenaza de nuestras democracias es la manipulación de la historia con el fin de justificar tesis actuales producto de contextos muy distintos. Dos años después que Popper, el inglés George Orwell -combatiente a favor de la República durante la Guerra Civil española- publicó la novela titulada ‘1984’, dedicada a un -entonces- lejano futuro; en ella, un ‘Gran Hermano’ que casi todo lo ve (concepto adoptado por los actuales reality shows) ejercía un férreo control de la información y la opinión de todos y cada uno de los habitantes. Con ese mecanismo un gobierno omnímodo pretendía manipular el pensamiento de la población de tal modo que se evitasen los conflictos y todos pudiesen ser felices ‘por orden de la autoridad’. Dos de las frases del libro: «Quien controla el pasado… controla el futuro. Quien controla el presente controla el pasado», se han convertido en la más célebre admonición acerca del enorme peligro de que los gobiernos falten a la verdad para sacar adelante su agenda política. Inspirado en los ministerios de propaganda de nazis y comunistas, Orwell también se inventó el concepto de ‘Ministerio de la verdad’, dedicado a destruir las evidencias del pasado que no coincidían con la versión oficial.
En la Europa de los años cuarenta, cuando Popper y Orwell desarrollaron sus ideas, la televisión daba sus primeros pasos, por lo que periódicos y cadenas de radio eran los medios de comunicación dominantes. Y al estar en la mayoría de países sometidos a autorizaciones, limitaciones y a alguna clase de censura, los gobiernos disponían de unos medios adecuados para evitar la divulgación de opiniones e historias indeseadas. Pero actualmente la tecnología dificulta enormemente la restricción de la información, por lo que la antigua censura gubernativa ha perdido mucha eficacia. Esto no ha impedido que el Gobierno de Polonia -país miembro de la Unión Europea, y que sufrió en toda su crudeza tanto el nazismo como el comunismo- haya prohibido divulgar versiones contrarias a su actual historia oficial (que niega la implicación de polacos apoyando el Holocausto). Esta negación de evidencias históricas concluyentes por parte de un Gobierno de ideología nacionalista lo que ha conseguido es atraer la atención mundial acerca de la complicidad de muchos polacos con los nazis. Es el ‘efecto Streisand’; así llamado porque el anuncio de la reclamación judicial de cincuenta millones de dólares interpuesto por la cantante contra el fotógrafo que publicó una foto aérea de la erosión de la costa frente a su casa provocó que se multiplicase la visión de dicha imagen por internet; de haberse visto solo cuatro veces, pasó a ser contemplada por 420.000 al mes siguiente.
Mucho más tóxica que la amenaza de multas e indemnizaciones judiciales es la divulgación de imágenes, datos e informaciones manipuladas, destinadas a alimentar las fobias de los grupos de población más intolerantes e inclinados a movilizarse. La predisposición humana a justificar opiniones preconcebidas es el gran aliado de la intoxicación; pues todos aceptamos mucho mejor lo que confirma nuestros sentimientos que lo que los contradice. Las autoridades de Catalunya llevan décadas subvencionando los engaños de los medios de comunicación separatistas, relatos hirientes y simplistas, como los de los tabloides británicos que sostienen el ‘Brexit’, y las cadenas ultraderechistas que apoyan a Trump. Por ello hay que formar al ciudadano, la historia y la filosofía deberían dejar de ser consideradas ‘asignaturas maría’, pasando a entenderse como los ejes de la construcción del criterio propio del individuo. Asimismo, debería fomentarse desde el colegio la lectura de varios periódicos y los concursos de debates; hay que enseñar a dudar, a cambiar de opinión y a reconocer al contrario. Afortunadamente la realidad es tan compleja como tozuda, y sus hechos rara vez se prestan a las interpretaciones unívocas y las tesis irrefutables.
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