Volver a la casilla de salida

En mayo de 2001, los talibanes dinamitaron los do budas gigantes de Bamiyan. El mundo asistió a su destrucción con el escalofrío y el horror ... de ver arrasar unos monumentos que databan de los siglos IV y V y a los que los fanáticos acusaban de idolatría. Aquello era el inicio de un gobierno religioso que se regía por la sharía e incluía castigos corporales, esclavitud, prohibición de la cultura y denigración de la mujer. Todo empezó en 1979 cuando la Unión Soviética, en plena Guerra Fría, invadió Afganistán. Para contrarrestar el equilibrio de poderes, Estados Unidos ayudó y armó a los talibanes. En 1989 los soviéticos se marcharon y los talibanes tomaron el control. El atentado del 11-S en Nueva York en 2001, orquestado desde Afganistán, todos recordamos a Bin Laden, empujó a EE UU a una guerra relámpago que acabó con el gobierno islamista. Ahora, veinte años después, las tropas de todos los países de la coalición internacional abandonan Afganistán y los talibanes van recuperando el país día a día, olvidando sus promesas. Los países que han intervenido en la supuesta pacificación se traerán a sus colaboradores. «Si no renuncian a la cultura occidental, tenemos que matarlos», han dicho los combatientes talibanes a la BBC. El resto, aquellos que tuvieron unos años no de paz, sino de acceso a los derechos humanos, volverán a los latigazos, la ignorancia y el miedo. Los refugiados se amontonan en las fronteras de Turquía y como cada verano sus ojos miran a las costas de Europa. En estos 40 años de guerra ininterrumpida han muerto miles de afganos, soviéticos, americanos y algunos europeos. Una pérdida de vidas que no ha servido sino para volver a la casilla de salida.