En tiempos turbulentos resulta descorazonador pretender entender racionalmente las conductas ajenas. La votación del jueves es un ejemplo. Todos, hasta el más listo, somos un ... poco tontos. Saberlo y aceptarlo puede ser un signo de salud. Nadie es listo todo el rato. Y en política, menos. Hay que descansar. De hecho, pasarse de listo es una de las formas más risibles de la estupidez. Seguro que conoces a alguien muy listo. Y seguro que a veces se pasa, ¿no? Te mondas. Y, sin embargo, cómo nos gusta hacernos los listos, ¿por qué será?
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Cuando todo empieza a repetirse mucho (como ahora), las mismas rutinas a diario, las mismas cuatro palabras pronunciadas por unos y otros sin parar, uno empieza a tener la sensación de que su vida es una farsa. Te ves en el espejo mientras te cepillas los dientes, antes de acostarte, y piensas: pero ¿qué mierda es esta? Es una de las pegas de vivir en la cueva: que te pones filosófico. Que te da por pensar en el sentido de la vida. Y por pensar en el devenir. Y en la muerte. Así que algunos se están deprimiendo, claro.
Es fácil deprimirse, últimamente. Otros, sin embargo, dejan que salga a la luz su tonto interior. Es una válvula de escape, espero. Es decir, supongo. Y me temo que yo lo hago a menudo. Sobre todo, ante mí mismo. Qué más da. Intentar ser listo todo el rato es una fatiga. Te deprimes. Así que opto por asimplarme. Para esperar. Ya pasará esto. Y cuando pase, me vengaré. Como todos. Pasará y nos vengaremos. Ya veréis. Somos vengativos. La frivolidad no tardará en volver. La necesitamos. La gente saldrá en tromba a derrochar su dinero embalsado. Queriendo vivir lo no vivido. Ya me está dando ya hasta miedo.
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