El otro día nos dio por recordar dibujos de nuestra infancia: Pixie y Dixie, Los Autos Locos, Banner y Flappy, los Fraggle Rock, Los Pitufos, ... Inspector Gadget, Heidi, Marco y un largo y nostálgico etcétera. Alguien se acordó también de Bugs Bunny, ese conejo al que las cosas se le complicaban cuando tenía que salir en busca de alguna zanahoria que echarse a la boca. Bajo esas circunstancias apremiantes, Bugs se internaba en misiones detectivescas o se veía obligado a disfrazarse o se adentraba en bosques encantados o se enfrentaba a desafíos mágicos. Mientras revisitaba las peripecias de aquel dibujo animado, algo resonó en mí con la intensidad de lo autobiográfico. Aquella sucesión de pruebas que debía encarar el conejo para poder comerse una zanahoria me resultaba familiar. Tuve entonces una revelación: Bugs era como los autónomos; entre nuestro trabajo y la zanahoria en forma de remuneración económica, media algo que nos complica la vida: la dichosa facturación electrónica.
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