De repente, tengo la sensación de que todo el mundo se exhibe y se reivindica mucho a sí mismo. Casi histéricamente, diría yo. Como si ... fuera el espectáculo del momento. Como si nos hubieran dado otra vuelta de tuerca al narcisismo y ya no hubiera vuelta atrás. Todos parecen encontrar rápidamente buenas razones para exigir que se les atienda antes, que se les trate mejor, que se escuchen todas sus penas y quejas, hasta la última, y luego se les haga entrega del regalo de consolación al que, al parecer, todos deberíamos tener derecho. No sé. Es algo que está en el aire. El más necio pontifica. El más soso es artista. El más fatuo se jacta de ello y destapa sus miserias. Y todos quieren vender su moto, soltar su gracia, recibir un aplauso rápido, un 'me gusta' barato.
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Es el nuevo estilo de vida que hemos creado: hay que venderse. Véndete, hazte ver, di algo, lo que sea, aunque sea una estupidez, pero dila con desparpajo, sé insolente, llora un poco. Lo mejor, de hecho, me da la impresión, es hacerse un poco la víctima. ¿Quién no se hace ya la víctima? Ahora todo el mundo intenta hacerse la víctima, dar a entender que ha sufrido una estafa, que su don inigualable merecería algo más. Nos estamos convirtiendo en unas alimañas muy exigentes, creo. Exigentes y dependientes a la vez. Hipercríticos y a la vez extremadamente vulnerables. Como si una cosa fuera extrañamente unida a la otra. La humildad intelectual, la austeridad personal, la sobriedad como criterio de conducta parecen taras de otra época. ¿Qué le está pasando al ser humano de ahora? No sé, pero yo lo encuentro ansioso y desvalido. Y mejor lo dejo ahí, que si no me embalo.
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