Cuando la violencia verbal llega a la máxima potencia crea enemigos extremos que, en el fondo, son meras representaciones distorsionadas y malignas, imágenes monstruosas e ... increíbles, como las que en estos momentos confrontan a un Pedro Sánchez «putero» con un Alberto Núñez Feijóo «narcotraficante». Con tanto ruido se pierden las formas y el hilo de las causas y las consecuencias. Se requiere entonces a los 'expertos' del sistema democrático, que no dejan de estar tan adentro del problema que nunca podrán ser la solución.
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Hay quien piensa que la solución debe ser política: forzar la convocatoria de elecciones. ¿Puramente política? No. Recuérdese que esa presunta solución podría llegar por informes policiales provisionales que operarían en el tablero de manera desigual: alguien se beneficiaría de la escandalera que se está generando, la que determina actuaciones de policías, jueces y funcionarios, hasta provocar una especie de guerra intestina entre 'fontaneros' voluntarios.
Hay quien confía todo a la solución jurídica, asimismo injusta por punitiva y partidista: que Sánchez acabe en la cárcel, ¿porque él sabrá lo que ha hecho?; o que Feijóo sea encausado tras haber utilizado en su desesperación algo que alguna cloaca le habrá filtrado ilegalmente. Este lío no es ya el típico que generan las luchas de poder y la politiquería de toda la vida. Es muy grave. Encona.
Si no fuera por lo que todo eso nos dice del estado anímico de la sociedad, podríamos relajarnos riéndonos de los síntomas mentales contradictorios que muestran los más forofos, entre la ansiedad, el abatimiento y el atrevimiento más enrabietado. Pero sabemos que las propuestas de soluciones abruptas no son sinceras, porque obvian que la polarización política está provocando discordia civil. Las dos soluciones apuntadas -forzar el anticipo de elecciones o judicializar la política partidista- nacen sobre un ambiente de odio y lo agigantan.
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Una solución sería obviar la violencia verbal y dejarla pasar, enfriarse y enfriar; pero suena a alternativa escapista y narcisista, ya hay muchos factores de riesgo descontrolados. Sin engañarnos debemos preguntarnos sobre otra eventualidad aún peor, más alarmante y peligrosa: ¿quién puede asegurarnos que algunos sectores no estén actuando para que la 'solución' llegue a través de la violencia? La historia nos enseña que la violencia política va brotando, poco a poco, en episodios aislados, de manera fragmentaria y sin embargo interrelacionada: manipulando una protesta popular, organizando algaradas frente a las sedes de los partidos de izquierda o convocando y ejecutando pogromos contra la población inmigrante. En el mejor de los casos se acaba pronto, sofocada por la reacción institucional y el repudio social. Verla venir, nombrarla y no minimizar sus estallidos es una solución urgente.
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