Con móvil y sin libro
Los más jóvenes quizá no lo sepan, pero tiempo atrás se podía oír por la calle un comentario así: «Este tío habla solo, está pirado». ... Ahora todo quisque habla por su móvil con alguien invisible. Y si no lo hace, está enfrascado con su pantalla. Poca gente mira alrededor y fija sus pupilas en algo llamativo, o en alguien hermoso. Menos son quienes llevan un libro en la mano; no digamos lo raro que es ver a un tipo caminar con los ojos puestos sobre sus páginas, como si fuera un personaje de 'Fahrenheit 451'.
Según una encuesta reciente del Ministerio de Cultura francés, más del 80% de los nacidos entre 1945 y 1974 decía haber leído al menos un libro el año anterior, pero este porcentaje baja al 58% para los nacidos entre 1995 y 2004. La lectura va de capa caída. Y cuando se lee, se suele hacer de forma acelerada o zapeando, sin sentido del conjunto de una obra, de su contexto. Por si fuera poco, cada vez se escucha menos y peor. Este descenso de una vida cultural razonable perturba, hasta extremos muy peligrosos, la calidad de la democracia.
Roger Chartier, historiador del libro (y de los modos de leer y escribir), ha charlado hace poco con unos editores y ensayistas sobre la lectura y la pandemia. Ha destacado que cuando no se puede acceder a bibliotecas y librerías, se pierde la relación con el cuerpo del libro, así como la posibilidad de encontrarse de forma casual con libros inspiradores.
Cuando se desprecian el hábito de dudar con método y el afán por saber, la comunicación queda en manos de zopencos y populistas que tiranizan y vomitan en las redes sociales. El porvenir de la ciudadanía está entonces amenazado de veras.
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