En una conversación acerca de 'el deporte que nos cura', el neurólogo Boris Cyrulnik ha valorado una práctica que enseñe que no todos ganan y ... que hay que aprender a perder. Habría que añadir que también aprender a ganar. Cabe decir que hay gente especializada en enseñar a perder a los demás y ponerlos en 'su sitio'. Recuerdo que de niño iba a veces a casa de un amigo que tenía una mesa de pimpón. Me ganaba casi siempre, era mucho mejor. Sin embargo, si le ganaba alguna vez, se enfurecía y me retaba de inmediato con la revancha. No me gustaba competir así, con alguien que quería ganar a toda costa y me hacía sentir 'malo', menos mal para mí que hacía mejor otras cosas y rechacé sentirme inferior.
¿Cómo se hace para que unos niños deban sentirse imperiosamente superiores a los demás? ¿Cómo se hace para que unos niños se sientan inferiores a los demás de forma irremediable y acepten ser humillados, llegando incluso a avergonzarse por estar en una familia más pobre, inculta o anticuada que la de otros? Es un asunto serio el de la renuncia a la propia dignidad y el desesperarse por lo que los demás piensen o digan de nosotros. En 'El Quijote' se puede leer este mensaje: «Que tanta alma tengo yo como otro, y tanto cuerpo como el que más, y tan rey sería yo de mi estado como cada uno del suyo».
Lo principal es que cada uno de nosotros luche contra sus propias dificultades y limitaciones y sepa superarse a sí mismo. Para Cyrulnik, el primer valor del deporte es aprender a estar juntos y a mejorar, no a explotar o ahondar atroces desigualdades; sin embargo, es frecuente dar categoría de héroes a los brutos, como símbolos narcisistas.
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