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Qué tienen en común los políticos y los 'influencers'? A menudo un ego de proporciones desmesuradas. Frank Cuesta acaba de confesar que tiene «un grave ... problema de mitomanía y ego». Siendo un influyente profesional no es raro que lo tenga, sino que lo diga. La mayor parte de los mortales rehúye el grado de exposición pública que requieren la política y las redes sociales en tanto que profesión. Pero si quieres ganar unas elecciones o monetizar un canal, has de conseguir que esa exposición sea grande. Si eres 'youtuber' o 'tiktoker' necesitas miles, millones de seguidores, tendrás que estar también en X y en Instragram, y tu nivel máximo de éxito llegará cuando te entrevisten en la prensa o te den un programa de televisión. Y claro, ególatras, narcisistas y megalómanos nadan con soltura en estas aguas.
La relación de la política con los 'mass media' no ha hecho sino agigantarse en el fluido y abrumador universo digital. Y en él, otras muchas especies han accedido a la mirada del público. ¿Quién puede, no ya soportar, sino desear una vida bajo el ojo de la cámara? Pues Donald Trump y Frank Cuesta, por ejemplo. Y desde que la cámara en cuestión puede ser la de tu móvil, mostrarse al público ya no es privilegio o merecimiento. Cualquiera puede exhibir su sabiduría o su ignorancia, su vanidad y su vida.
Con Íñigo Errejón vimos que el personaje público puede intoxicar a la persona y que la persona puede excusarse en el personaje público. Frank Cuesta se ha emborrachado de su personaje y su ego ha engordado hasta hacerle caer. Su ego se alimentaba del personaje, y para alimentar al personaje, para darle tamaño y consistencia, Francisco Cuesta le ha atribuido saberes y actividades que él no tiene. Frank Cuesta es herpetólogo, pero Francisco Cuesta no. Frank Cuesta posee un santuario de animales rescatados, pero Francisco Cuesta posee un parque de animales por los que ha pagado. Tanto vivir en la infoesfera vuelve problemática la relación entre realidad y ficción, entre ficción y mentira.
Ahora Francisco Javier Cuesta Ramos (¿o ha sido Frank Cuesta?) ha dado su último golpe de efecto: la confesión pública y la pública petición de perdón. Cuesta ha mentido, engañado y hasta calumniado un poquito. Ese maldito ego y ese maldito personaje son como Mister Hyde, pero Francisco Cuesta ¿tiene algo de Dr. Jekyll? Tal vez el experimento. «Ha sido todo parte de un 'show' que poco a poco se me ha ido yendo de las manos». Lo bueno es que, al provenir de una cultura católica, estaba preparado para confesarse. José Luis Ábalos, con un trasfondo cultural parecido, aún no ha confesado nada. De Donald Trump no esperamos confesión alguna. Su relación con la verdad alternativa lo hace imposible.
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María de Maintenant e Iñigo Fernández de Lucio
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