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Empieza a cundir una inquietante sensación de que vivimos en tiempo de catástrofes (el hecho de que se hayan producido algunas ayuda mucho). El gran ... apagón del 28 de abril fue un susto grandioso, pero la verdad es que los ingenieros del ramo levantaron el sistema eléctrico en tiempo récord. Este domingo se produjo un robo de cobre (otra vez) en el sistema ferroviario para desgracia del ministro Puente. De nuevo la historia tiene un lado social y un lado técnico. La historia es, en principio, el relato de lo que ha pasado y sus inmediatas consecuencias, que es donde los técnicos tienen las herramientas para describir la realidad. Luego vienen las repercusiones sociales y la reverberación de esa gran cámara de eco que es la sociedad, produciendo más relatos, más palabras, más interpretaciones. Y ahí, en la cúspide, dirigiendo (o intentándolo) los hilos del sentir y del pensar se instala lo que la política dice y cuenta.
Unos atribuyen al ministro la más ridícula mentalidad conspiranoica, pero en el Ministerio de Transportes explican que el robo ha sido raro, raro: 150 kilómetros de cable en cinco puntos diferentes dentro de un círculo de diez kilómetros, con un beneficio económico mínimo y un daño máximo, ya que se ha dañado la línea que transmite información (fundamental para que los trenes de alta velocidad puedan circular a alta velocidad).
Es una cosa como de distopía ver que las calamidades no unen, sino que en torno ellas empieza a tejer sus hilos de araña esta actividad por la que nacen los relatos, las interpretaciones, las explicaciones generales y los remedios agrupados en los dos grandes bandos de la oferta política. El grado de simplificación, de adhesión a los argumentos preestablecidos, de empeño en embutirlo todo dentro del cauce señalado, hace que el discurso más radical sea habitualmente el que más se separa de la objetividad y del conocimiento. La política de hoy es, en su discurso, en lo que comunica, bastante simple, y nos viene con sus recetas, que son las buenas porque son las de unos y no las de otros, a tratar de meter la realidad en su vereda incluso cuando la realidad se sale de madre.
Esta política de recetario y discurso encendido y 'al adversario, ni agua' va abriendo el apetito de ir a la representación más pura (y simple) de la polaridad, y sabido es que hay un péndulo histórico que pone el acento en un polo u otro, y Europa se está escorando a donde vemos. En este caso de las catástrofes, de las emergencias, de los retos grandes y complejos, la polarización no es que no sirva para nada, es que divide y perjudica. Pero la clase política, cuyo objetivo último es seguir siéndolo (es decir, tocar poder y seguir tocándolo), está atrapada en esta actividad de diatribas y estereotipos.
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