Madrid es libertad, dice Ayuso. Ah, la libertad. Qué palabra maravillosa e inspiradora. Yo, cuando oigo la palabra libertad, me imagino a Jeremiah Johnson (interpretado ... por Robert Redford) recorriendo a caballo los vastos paisajes primigenios de las Montañas Rocosas cubiertas de nieve, mientras suena de fondo aquella bonita balada: 'Las águilas le mostraban el camino'. Cada cual se imagina la libertad como puede. Porque la libertad hay que imaginársela, creo. Lástima que los fascistas siempre acaben apropiándose de la palabra libertad, decía Christopher Plummer en otra película que vi casualmente ayer.
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Pero ¿no suena ya un poco a hojalata la palabra libertad? ¿No hace daño a los oídos tener que oírla una y otra vez chirriando en ciertas bocas? ¿No suena a burla? Los nuevos políticos destrozan todo lo que nombran. Y también es una maldición para ellos. Porque ya no podemos creerles nada. Y lo saben. Y saben que lo sabemos. Y aún así tienen que seguir parloteando sin parar. Hay algo absurdo en todo esto. Y tenemos que vivir con ello. Pero la palabra libertad, por favor. Piedad. La palabra libertad es una víctima total. Probablemente la mayor. La palabra libertad ha sido secuestrada, manchada, torturada, manoseada, pisoteada, retorcida y violada por los políticos de uno y otro signo desde siempre. Han acabado con ella. Está muerta. Habría que hacerle un funeral público y enterrarla con honores. Y habría que evitar que los políticos profesionales pudieran seguir ensuciando su memoria. Habría que impedir que siguieran abusando de ella. Yo oigo a todos estos machacando a todas horas la palabra libertad y se me revuelve el estómago.
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