Los fantasmas siempre tienen hambre.» Qué inquietante me resulta esa escueta cita de P. D. Jameson que utiliza Peter Straub como epígrafe en su pavorosa ... novela 'Fantasmas'. Transmite la idea fantástica de un castigo de ultratumba: una especie de constante voracidad insatisfecha que padece el espectro mientras deambula perdido entre los vivos. Quizá Jameson se refiere al hambre como alegoría de una pretensión existencial por la soledad del fantasma, pero a mí me da más miedo si la entiendo como hambre real por inanición, como la sed de sangre del vampiro.
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Uno mantiene a lo largo de la vida diversas relaciones con variados tipos de fantasmas. En la escala más farsante, todos hemos soportado a los fantasmones, esos tipos de ridícula chulería, algo entrañables, que arrastran la cadena y la bola del grillete de afán de notoriedad. También están, por doquier y pasmados, los fantasmas del decorado, gente que no aporta nada de nada y que resulta tan poco apreciable que hasta su presencia física resulta imprecisa. Las redes sociales, de las que me borré, me deparaban muchas relaciones que para mí tenían algo de fantasmales. Dialogabas con algunas personas que no llegabas a conocer y que quizá las personalidades que mostraban no eran reales. Un curioso intercambio entre espectros en un limbo virtual.
Según se suman años se añaden fantasmas. Algunos permanecen en la memoria por cuidado y voluntad propios, para regalarnos con el melancólico placer de su remembranza nostálgica. Otros se nos aparecen sin quererlo, sin poder evitarlo, y son de los de Jameson, de los que tienen siempre algún tipo de hambre; hay que aprender a convivir con ellos sin que nos devoren demasiado el alma. A veces, alguno de estos fantasmas cruza el espejo y te lo encuentras en el mundo real. Según sea la dimensión del susto en ese encuentro inesperado, te harás idea de la mayor o menor entidad de fantasma palpable en que para ti se ha convertido la otra persona y notarás en sus ojos en la que te has convertido tú para ella. Pero el principal fantasma es el que te habla dentro de la cabeza, eres tú desnudo. El que te habla desde el interior será más o menos fantasmagórico según se distancie o permanezca similar al tú que habla al exterior.
En uno de los cuentos breves y extraordinarios, Borges y Bioy Casares cuentan que un hombre y una mujer se quedan encerrados en una habitación. El hombre hace ver la situación, que allí están solos y atrapados, sin poder hacer nada. La mujer le dice que él sí, en efecto, está solo y preso, pero que ella no. Y a continuación atraviesa la pared como si fuera de niebla y se va.
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