Permítanme un artículo ligero y humorístico sobre una cuestión de peso: el excedente de kilos corporales. Ahora que se aproxima el verano y proliferan dietas ... y drogas de efectos milagrosos o suicidas contra el imperio de la lorza, me ha venido a la memoria una divertida historieta que me refirió Fernando Marías y que se remonta a los ochenta en Madrid, cuando convivían la movida y lo castizo indeleble de la corte de los milagros.
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Me contó que se puso en contacto con él y sus socios, cuando tenían una pequeña empresa de hacer vídeos en formato profesional de lo que fuera, un tipo que necesitaba un vídeo para promocionar su producto de adelgazamiento. Fernando se citó con él y fue a su oficina. No me acuerdo en qué calle estaba, pero sí del detalle del pasillo de oficinas con muchas puertas iguales y seguidas, la mayoría de ellas identificadas solo con el número, sin rótulo. Es muy probable que las diversas actividades tras esas puertas dieran para un cuento de obscenidad lumpen o de costumbrismo terrorífico. Fernando encontró la de referencia, también sin nombre; desde luego aquello no era un emporio, pero la sorpresa de la dimensión del negocio superaba lo imaginable.
Llamó al timbre y le abrieron con un sistema automático. La oficina constaba de una única estancia rectangular y diminuta. Al entrar, nada más entrar, estaba la secretaria en su mesa, de cara a la puerta. Su muy voluminosa humanidad ubicada así servía de separación con la mesa del jefe, al que se distinguía espalda contra espalda de la formidable mujer, cuya generosidad de carnes no era buena carta de presentación del adelgazante que comercializaban. Para avisar de la llegada, la secretaria llamó por teléfono al jefe, como si no estuviera justo detrás. El teléfono sonó, el jefe descolgó, la secretaria le informó de la visita y el jefe le dijo: «Que pase». Acto seguido, la secretaria anunció: «Dice que puede pasar». Una genialidad de la escuela de Kafka.
Con apretura, Marías franqueó el estrecho paso entre ambas mesas y la pared y se sentó en la silla ante el jefe (no consta si había ventanuco en aquel cuchitril). El tipo, como era previsible, era un genuino hijo de esa atemporal corte de los milagros citada. Al adoctrinar de lo que pretendía reflejar en el vídeo, explicó con desparpajo: «El producto, vamos a ver, adelgazar, adelgazar, no adelgaza, no nos vamos a engañar a nosotros mismos. Pero hay que venderlo, como sea, usted ya me entiende». Luego, el vídeo no llegó a realizarse, supongo que por desacuerdo en el presupuesto; todo de superproducción. Lástima. Me habría encantado verlo.
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