¿Por qué votamos?

Unos tipos cuyas vidas son verdaderas calamidades nos dicen lo que debemos querer

Viernes, 24 de octubre 2025, 00:01

Hubo un tiempo en que votábamos obedeciendo a nuestro deseo, a nuestros sueños, a nuestra manera de entender la vida. Votábamos a la gente que, ... con todas sus limitaciones, iba a intentar satisfacernos, contentarnos, dirigir la política hacia nuestros intereses. Les votábamos sabiendo muy bien que no eran dioses, pero que harían, en la medida en que pudieran, lo que estuviera en su mano para acercar la Administración, el Estado, el sistema, la sociedad al modelo que a nosotros nos parecía más deseable. Votábamos, en fin, para hacer lo que nos gustaba, lo que queríamos. Pero hemos ingresado en una época extraña en la que votamos para que no nos dejen hacer lo que nos gusta o, peor todavía, para que nos digan qué es lo que nos debe gustar o qué es lo que debemos querer. Y para que encima nos lo digan unos tipos cuyas vidas son verdaderas calamidades o que además tienen por costumbre saltarse todas las leyes con las que obligan y prohíben. En la misma España en que quitan puntos por la mínima infracción de tráfico, no hay partido político que no tenga a un menda al que pillaron borracho o que se saltó un control para que no le pillaran.

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Sí. Tan pronto se nos riñe porque comemos demasiada carne como porque fumamos o porque tenemos una casa en propiedad que no habitamos o porque no consumimos cierta clase de energía. Nunca se ha multado, se ha perseguido tanto al ciudadano con impuestos ni se le ha dicho, como hoy se le dice, lo que debe pensar. La simple expresión «el lado correcto de la Historia» resulta insufrible.

En la política clásica, había lo que se llamaban 'medidas impopulares'. Eran las que imponían restricciones u obligaciones de tipo laboral, fiscal o sanitario y que se veían obligados a tomar en un momento dado los gobernantes para afrontar situaciones de crisis con la tácita promesa de una futura bonanza en la que todo volvería a su cauce. Todavía durante la recesión económica de 2008, ese fue el planteamiento del Gobierno a la hora de reducir el gasto público, recortar salarios y endurecer el régimen crediticio. La sensación que inspiraba esa manera de afrontar la gestión pública en el ciudadano, cualquiera que fuera su ideología, es que esas personas que los gobernaban podían ser torpes, ineptas o estrechas de miras, pero hacían las cosas lo mejor que sabían, entre otras razones para no alentar un rechazo que las llevara a perder las siguientes elecciones. Este planteamiento ha cambiado en un presente en el que se le ha quitado al votante el único instrumento de que dispone para que no gobiernen de espaldas a él o contra él: el programa electoral. ¿Fue con el relevo en el poder de 2018? ¿Fue con la pandemia de 2020? ¿En qué momento nos extraviamos y la política empezó a ser otra cosa?

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