Francisco
El Papa y el ayatolá Sistani escenificaron el respeto y el acercamiento mutuo
El Papa Francisco ha estado en Irak y se ha reunido con el líder espiritual de los chiíes, el gran ayatolá Ali Sistani. El domingo ... se publicó la foto de ese histórico encuentro y me quedé mirándola con curiosidad durante un buen rato. Me pareció una foto de otra época. Dos ancianos sentados: uno de 90 años y el otro de 84. Uno vestido de negro y el otro de blanco. El gran ayatolá con una larga y venerable barba gris y el pontífice católico impecablemente afeitado. Porque los papas católicos, algo más mundanos en lo que se refiere a la imagen personal, dejaron de usar barbas ya a finales del siglo XVII. Y empezaron a sonreír y a vestirse con terciopelos, rasos y angorinas más o menos hacia esa época, o antes. Los ayatolás, en cambio, no han sonreído nunca. Pero está claro que ambos jefes tiene un talante conciliador y, de hecho, el principal objeto de la visita era precisamente ese: escenificar el acercamiento y el respeto mutuo. Así como apoyar a los cristianos de la zona y denostar el fanatismo religioso.
Es un buen gesto. A mí, este Papa Francisco, este Jorge Mario Bergoglio, tan argentino, me cae simpático, no lo puedo evitar. Es el primer Papa no europeo. El primero perteneciente a la Compañía de Jesús (lo que quiere decir que no puede llevarse muy bien con el Opus). Y también el primero en decir que no existe el infierno. Yo ya lo sabía, pero, claro, que lo diga un Papa es importante. Lo hizo en una entrevista al diario italiano 'La Repubblica', hace unos años, y al día siguiente de la publicación, el Vaticano intentó desmentir la relevante primicia. Pero ¿se puede desmentir al Papa? ¿No era infalible?
En fin, yo casualmente estudié en el colegio San Ignacio de los jesuitas de Pamplona y todos los años nos llevaban durante una semana a un convento alejado para hacer ejercicios espirituales y hablarnos del infierno. Me acuerdo de que había un jesuita guipuzcoano, algo vehemente en las formas, que era experto en aterrorizarnos con el infierno. Se ponía rojo como un demonio. Pero también me acuerdo de que ya con 12 y 13 años nos parecía que estaba majara y nos reíamos de él. Cómo ha cambiado la religión desde entonces. O tal vez no, no sé. Pero a este bienintencionado Francisco (al margen de la gestión del engorroso asunto de la pederastia) le está tocando adaptar las viejas leyendas, sermones y ceremonias de una religión fundada en tiempos de los romanos, a la época de las redes sociales, el #MeToo, la inteligencia artificial, la ingeniería genética y la pornografía para todos. Y le deseo suerte, claro. Pero se está complicando todo mucho, me parece a mí.
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