La rendición
Cuando uno habla de rendirse es que previamente ha habido un enfrentamiento en el que uno de los bandos era superior y, por lo tanto, ... ante una derrota asegurada, el contrincante deja de luchar. La rendición es una salida honorable en la que uno deja al enemigo la capacidad de ser generoso, de hacer un uso distinguido de la victoria, o de proseguir la humillación con inquina inmoral. Para muestra ahí tenemos las guerras mundiales, y la nuestra, con vencedores y vencidos exhibiendo pecho, unos tras la batalla y otros durante la paz.
La pantomima de la moción de censura ha dejado un sabor agridulce en todos los paladares, salvo en los de Vox. Hubo quien aprovechó el patetismo de la situación para su promoción, o quien vociferó con esa indignación tan propia de la estupidez, pero en general el hemiciclo y especialmente el presidente tuvieron contención, respeto y hasta piedad por un anciano que, en un gesto más de coquetería senil que de otra cosa, no quiso rendirse. Los comentaristas intentan evaluar con precaución quién perdió o ganó. Caminan sobre los hechos sin hacer ruido, como si en realidad quisieran olvidar que las instituciones están para lo que están. Todos hemos perdido, especialmente la memoria de los que dotaron a esta España vertebrada con las bases democráticas de hoy. Aquellos hombres -la mayoría, fallecidos- no tuvieron la coquetería de exhibirse o creer que seguían siendo capaces de enderezar este complejo mundo. Rendirse cuando uno tiene noventa años no es inhabilitarse: es aceptar que la batalla te viene grande; sobre todo, a la hora de evaluar los efectos colaterales de tu mellado ego.
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