Los turistas desorientados, que no sabían que iba a celebrarse una cumbre europea en la ciudad de Granada, transitaron por sus calles ocupadas por un ... ejército en alerta. Las colinas del Albaicín estaban patrulladas desde hacía una semana y en algunos tejados se escondían miras telescópicas que miran a la Alhambra; mejor irse al barrio de Sacromonte o al de Realejo porque la ciudad pertenecía a los 2.000 periodistas acreditados, a los 5.000 asistentes y al séquito de 600 próximos a los mandatarios que integran la cumbre de jefes de Estado y de Gobierno de la UE.
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Salvaguardar la Unión Europea frente al desgaste de la guerra y ampliarla parecía el objetivo, pero las fisuras entre algunos miembros son visibles; el presidente turco Erdogan y el de Azerbaiyán, cercanos al Kremlin, no acudieron, quizás porque no deseen compartir mesa con el primer ministro de Armenia en medio del conflicto de Nagorno Karabaj. Los corrillos y abrazos entre los mandatarios parecían inofensivos. Sin embargo, una corriente subterránea de susurros prohibidos discurre, como el agua que murmura por los canales de esa preciosa Alhambra. «Por el agua de Granada solo reman los suspiros», dijo García Lorca, sin saber que las posturas más duras sobre la inmigración iban ganando terreno entre los mandatarios. Cómo afrontar las llegadas de miles de inmigrantes era algo que no estaba en la agenda, pero algunos se reunieron en los rincones para poner puertas al campo. Se ha pagado a los países con mayor fluidez de emigración, pero no ha resultado. Europa quiere acoger a países del Este, pero urgen reformas de gran calado en torno a la inmigración; un desafío inaplazable.
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