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Teníamos demasiada metralla metida en el cerebro y no nos dábamos cuenta. Acababa de irse el Papa, que, si ponemos el acento en la a, ... se convertía en una orfandad planetaria de primera clase. Los planes de Trump hacían cojear al mundo y cada día nos enfrentábamos a un cursillo acelerado de adaptación a la realidad, cuando, de repente, se nos apaga la luz. Cosa que ni el mentado Nostradamus había previsto.
He de confesar que me había reído de aquella señora nórdica que tenía en el bolso un completo kit con todo tipo de remedios para la adversidad, pero nos quedamos a oscuras y ahí pensé en ella y en las pilas que no había comprado porque alguien me había dicho que no exagerara. En estos momentos, los hogares españoles tienen dinero en metálico y pilas como para encender las luces de Navidad de los próximos cinco años. Lo cierto es que este país al que se le abren las costuras a la hora del telediario se puso las pilas, las meridionales, y afrontó el apagón informativo y lumínico como si fuéramos noruegos.
Ese día estaba en una zapatería de mi pueblo cuando se fue la luz y fue fascinante cómo al inicio cada comerciante revisaba su diferencial. «Ha sido en la calle», dijo la zapatera. «No me funciona la máquina, ven en un rato». Y me fui caminando y escuchando. Está todo el pueblo sin luz, el metro se ha parado, ha sido en el Gran Bilbao, en todo el País Vasco, y compré el pan y un poco de jamón, que eso siempre quita penas, y algo de fruta porque llevaba efectivo. Seguí caminando y poco antes de llegar a casa escuché que el apagón era en toda España. Ya en el portal, el presidente de la comunidad de vecinos me susurró que nadie había quedado atrapado en el ascensor pero que era Europa entera la que estaba apagada. Pensé en la señora del bolso y al entrar en casa fui directa a una sopera de esas donde se albergan las cosas más insospechadas; tenía pilas. Busqué una de mis radios y escuché lo poco que se sabía de aquel impensable acontecimiento. He de decir que en ningún momento vi a nadie alarmado o fuera de sí, aunque la palabra que flotaba en el ambiente tenía nombre, 'Putin', y yo, la verdad, al pasar por la caja de ahorros tuve malos pensamientos.
En fin, que aquí estamos, celebrado el apagón con las estaciones de tren como en la vieja Unión Soviética, seguimos p'alante esperando los siguientes e imprevisibles acontecimientos sin que se nos mueva un pelo. Finalmente, los españoles vamos a ser los ciudadanos más preparados de Europa, no sé bien para qué, pero dispuestos a enfrentarnos con el miura que nos toque. 'No era nada lo del ojo, y lo llevaba en la mano'.
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