El fin de semana, en ese tiempo reservado a la lectura de los periódicos, me detuve en 'XL Semanal'. En la portada y en cuerpo ... de letra grande habían escrito: «El arte dejó de ser humano». En el interior, los datos eran como una lengua de lava que discurre desde lo alto anegando aldeas. El puñetero algoritmo, ese que junto al metaverso es objeto de bromas y ocurrentes ironías, ha venido para quedarse.
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La inteligencia artificial, que ya maneja todos los datos que el ser humano ha ido regalándole, nos va a dar sopas con honda y, siguiendo con los refranes, añado aquel que dice que no era nada lo del ojo y lo llevaba en la mano. Resulta que ella, la inteligencia artificial, ese ente universal que yo trato de femenino pero que acabará binario, ya se está empleando en el diseño, en la pintura y en muchos sectores que, por ser creativos, pensábamos que eran intocables. Obras 'de arte' confeccionadas al amparo de su sabiduría se cotizan al alza, ganan premios y ocupan los espacios antes dedicados a los artistas. De ahí a que una aplicación cree una novela que llegue a ser éxito universal queda un telediario.
No quisiera teñir mi columna de algo que no sea perplejidad, solo que a la sorpresa siguió la confusión y ahora ando fraguando la aceptación necesaria. Anduve todo el fin de semana imaginando a robots que entraban en los boxes de los hospitales, tan necesitados de personal, para pasar un plumero a los pacientes sustituyendo las caricias y el consuelo. Fui a mi biblioteca en busca de los viejos ejemplares de Julio Verne que reposaban al lado de Aristóteles y Platón. Arropada por mi cerebro analógico me dio por pensar que el ser humano, en su capacidad infinita de autodestrucción, se ha topado con la tecnología que, paralela a la naturaleza, nace, crece y se reproduce generando entes a los que quizás se les ocurra fagocitar el mundo que los creó.
Pero ni para ti, ni para mí, susurré finalmente al preciso algoritmo ( al que empiezo ya a tutear por si acaso). Tú permites que la medicina nos opere por un agujerito, que la imagen digital vea si tenemos el alma averiada o que mi hija me cuente, desde Filipinas, que le ha entrado una rana en la habitación. A cambio, reduces el mundo laboral, nos dejas paseando con prendas de tejidos inteligentes bajo los leds por unas calles que se llenan cuando hace sol, y por las que los jóvenes se dan besos que abren las puertas del deseado paraíso. Y ahí, querido algoritmo, no creo que llegues nunca, porque un beso lleva en su esencia una revolución que no creo que pueda reproducir el metaverso.
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