La gente se está quedando sin batería, me dijo el domingo por la mañana, dando un paseo. Yo le había dicho: no sé de qué ... escribir esta tarde, sugiéreme un tema. Siempre estoy diciéndole a la gente que me sugiera temas. Y él, sin apenas pensárselo, me soltó lo de la batería. Se refería al aspecto emocional, ya sabes, a la batería emocional que supuestamente todos llevamos incorporada de serie. Acabábamos de encontrarnos con una conocida en la calle y nos había dicho que había roto con su amiga de toda la vida por culpa de la pandemia. No se lo podía creer. Nos contó que ella había padecido neumonías los dos últimos inviernos y que ahora, al sentirse vulnerable, estaba extremando las precauciones. Y resultaba que su amiga, a la que conocía desde hace más de veinte años, se había revelado negacionista y que, por pedirle sin más que se pusiera la mascarilla mientras se tomaban un café, la otra se había enfadado en plan malo y le había dicho que era una ingenua y que le había defraudado profundamente como persona.
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Casos individuales hay muchos y cada día te cuentan uno: gente que está mal, gente que no se atreve a ver a nadie, gente que le coge miedo a todo. No sé si es momento de hablar de esto. Lo digo porque me da la impresión de que este es un tema del que no se suele hablar mucho, como si se pensara que de momento fuera mejor dejarlo en un segundo plano. Pero que a mí me parece crucial. Me refiero, claro, a los efectos psicológicos de esta prolongada reclusión en nuestros vapuleados cerebros. Al daño que, en un sentido u otro, está haciéndonos a todos. Al daño moral y mental que supone una soledad no querida. Porque ya no es solo que el aislamiento, la imposibilidad de socializar e incluso la imposibilidad de hablar de otra cosa (y pensar en otra cosa) nos esté dejando sin batería emocional y sin humor. Es también el hecho de que parece que haya un acuerdo tácito para no mencionar demasiado este reverso oscuro de la pandemia.
Y luego está el asunto de los bares. ¿Qué hacemos sin los bares? Un porcentaje importante de la población necesita los bares, no puede vivir sin ellos. Los bares son lugares de encuentro y socialización imprescindibles. Una vida sin bares, ¿qué es? No sé. Lo cierto es que el trastorno en el orden de nuestras vidas, las restricciones de libertades y la depresión colectiva que está ocasionando esta maldita pandemia ha disparado el consumo solitario y doméstico de todo tipo de drogas. Tanto las legales como las otras. Según la edad y el gusto del consumidor. En fin, ya están diciendo que la tercera ola la van a protagonizar los problemas mentales de la población.
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