Martín Olmos

Los dos amigos

Cabe sospechar que los optimistas son más conservadores

Tengo dos amigos: uno bueno y otro malo. El bueno me dice que tranquilo, que esto pasará, que todo volverá a funcionar y que volveremos ... a ser felices (si es que antes lo éramos). Es un hombre sensato y optimista, aunque raramente pasa de ahí. El malo, sin embargo, me dice que esto va para largo. Que después de esta pandemia vendrán otras. Y que Trump ganará las elecciones y renovará mandato. Es pesimista, claro, y hace yoga. El optimista piensa que para ser feliz es muy importante no pensar mucho y tomar el aperitivo todos los días. El otro defiende los beneficios del yoga. Últimamente mucha gente hace yoga, me temo. Le pregunto por qué lo hace él y me responde que lo hace para encontrarse a sí mismo y ser más flexible. En fin, yo le digo que no estoy seguro de querer encontrarme a mí mismo, pero no le hace gracia. Así que paso rápidamente a ponderar el tema de la flexibilidad.

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Llevo siempre en el bolsillo un librito de aforismos budistas y por suerte encuentro uno muy apropiado para el momento: «Busca la ligereza de la brisa y mécete en la flexibilidad del junco», leo en voz alta, tratando de pronunciar con claridad. Y él entonces me mira y asiente con el ceño fruncido. No hay nada como la sabiduría milenaria, opina. Eso me anima un poco y leo otro al azar: «Admira las proezas de los hombres superiores, pero abstente de emularlas», me oigo decir con estúpida solemnidad, pero acto seguido tengo la sensación de que ese aforismo tiene algo que no me gusta, aunque no sé muy bien qué. De todas formas, ahora todos somos flexibles a la fuerza, creo.

¿Quién puede hacer planes? Nadie puede hacer planes. La flexibilidad se ha instalado en nuestras vidas. Antes planificábamos, ahora improvisamos. Antes anticipábamos con meses de antelación lo que íbamos a hacer y a dónde íbamos a viajar; ahora sencillamente lo cancelamos todo, seguimos instrucciones y esperamos que este tenso impasse acabe pronto. Mi amigo el optimista no debe de ser muy flexible porque sigue convencido de que este año celebraremos la navidad como siempre. No sé por qué, pero tengo la sospecha de que paradójicamente los optimistas son más conservadores, aunque puede que sea una hipótesis descabellada, no lo descarto. Sin embargo, mi amigo pesimista acaba esbozando una leve sonrisa al afirmar que de ninguna manera habrá navidades y que tendrán que suspenderse tanto las cabalgatas y mercadillos como las multitudinarias cenas y comidas familiares. Pero ese resulta ya un terreno resbaladizo: la familia, qué miedo; probablemente, nuestro hecho diferencial. ¡Ufff...! Mejor será dejar ese tema para otra columna.

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