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Después de Navidad, siempre hay un regalo que envuelvo con especial cariño: a los dos niños pequeños. Les pongo un lazo enorme para lanzarlos con catapulta al colegio.
Pero hay regalos envenenados. Y el de mi hijo de 3 años lo es. Estas primeras mañanas ... de cole está teniendo episodios sobrenaturales. Se agarra a los barrotes de la cuna con una fuerza de 50 hombres. Y si lo 'arrancamos' de allí, vestirlo es imposible: se contorsiona de tal modo que deja a la niña del exorcista a la altura del betún. Hemos llegado a cogerle un hermano por los dos brazos, su madre estirándole las piernas y yo intentando embutirlo en el uniforme del cole. Sin éxito.
Y él, con un único grito sempiterno y taladrante, a un volumen que el ser humano no debería ser capaz de sufrir: «¡Quiedo dodmid!». Nosotros no, no te jode…
Un día, para romper su bucle, lo saqué en pijama a la calle (5 grados). Y no se doblegó. Otro día, lo metimos en la ducha con agua fría. Tampoco se doblegó. Constante es, al menos.
Así que estamos trabajándole la motivación. Patri la psicóloga decía que, a veces, la motivación requiere sencillamente hacer lo que queremos hacer, desconectando de una mente que nos ofrece excusas (nunca somos tan creativos como cuando nos queremos convencer de que seguir durmiendo sería una gran idea…). En un niño así, la primera motivación es material («te damos galleta si te vistes»). A partir de ahí, la siguiente motivación ha de trascender un poco: «Si te vistes, mamá va a ponerse contenta». Aquí ya trabajas algo la generosidad. Y después, más tarde y con los años, la motivación de la fuerza de voluntad. La de hacer siempre lo que se debe. En fin, hoy lunes, nuevo episodio. Me acerco a su cuna, con miedo. Ya les contaré…
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