El carnaval electoral iraní
Se supone que el viernes 21 se celebraron elecciones parlamentarias en Irán. El único problema es que a los iraníes no se les permite elegir ... nada. Las votaciones son como un disfraz de carnaval. No es necesario que sea muy realista. Basta con un parecido razonable.
El régimen iraní es una hierocracia, es decir, una oligarquía sacerdotal, controlada con puño de hierro por Alí Jamenéi, Guía Supremo de la Revolución Islámica. Las elecciones son para cubrir una serie de puestos subalternos, incluida la presidencia de la república, y además están amañadas: No se toleran partidos políticos al margen del poder. Cuestionar el régimen imperante es cortejar a la muerte. Las elecciones se limitan a las diferentes facciones de la élite dirigente, e incluso ahí sigue habiendo tongo, porque el Guía Supremo tiene siempre sus favoritos. Por eso, en esta última convocatoria fueron vetados de forma totalmente arbitraria más de 7.000 candidatos considerados demasiado aperturistas. El veto incluyó a 90 miembros del Parlamento que aspiraban a la reelección. Eran aptos hace cuatro años, pero de repente ya no lo son.
Cabría preguntarse qué sentido tiene esta farsa, dada su casi nula credibilidad. ¿Para qué tomarse tantas molestias? Sin embargo, alguna ventaja ha de tener todo este tinglado pseudoelectoral, porque lo han mantenido múltiples sistemas dictatoriales dentro y fuera del mundo iIslámico: El Egipto de Mubarak, la Rusia de Putin, la Cuba de Batista, la Republica Dominicana de Balaguer… La lista podría ser interminable.
Irán es un país muy poblado -81 millones de habitantes- y relativamente industrializado. Por lo tanto se ha creado un sistema dual: Una Administración civil, laica de facto aunque incluya a muchos clérigos, con un Parlamento y un presidente electos. Por encima de ellos están los órganos religiosos, dirigidos por el Guía Supremo, que tiene derecho de veto sobre el presidente y el Parlamento. De esta forma se puede gobernar un país sin el engorro de administrarlo realmente.
El carnaval electoral cumple también una función de doble válvula de seguridad, interna y externa. Cuando las tensiones sociales parecen relajarse -o al revés, crecen tanto que se decide reprimirlas sin piedad- y cuando el entorno internacional es hostil, entonces el Guía Supremo Jamenéi cierra el grifo y sus candidatos adictos copan casi todos los puestos. En 2009, Jamenéi creía que la población iba a ser dócil ante el fraude electoral, y que era factible construir armas nucleares con relativa rapidez, mientras que Estados Unidos, atascado en la ocupación de Irak, no podría intervenir.
En cambio, cuando no hay tensiones sociales, o sí que las hay pero se decide apaciguarlas, entonces se abre la mano con los candidatos reformistas y se permiten algunas reformas. También se favorece así la distensión con los norteamericanos y el resto de la comunidad internacional. Cuando se vio que el descontento era generalizado, que la población joven y urbana se desenganchaba del régimen y que lo de construir armas nucleares iba para largo, Jamenéi toleró que los reformistas alzasen el vuelo y que Rohaní fuese presidente en 2017. De esta forma se pudo firmar el acuerdo nuclear con Estados Unidos y otras potencias.
Ahora la rueda vuelve a girar: Donald Trump rompe el tratado suscrito por Obama, y las protestas populares en Irán son tan persistentes que ni siquiera 300 muertos fueron suficientes para aplastarlas. La difusión del coronavirus Covid-19, con ocho fallecimientos -más que ningún otro país excepto China-, se limita a echar más leña al fuego. Ha llegado la hora de apretar las clavijas a fondo otra vez. Obviamente los ultraconservadores han copado casi todos los puestos. Al fin y al cabo, eran casi los únicos que se presentaban, pero el sistema ha perdido demasiada credibilidad. El resultado es que la participación ha bajado del 60% habitual al 40%, según cifras oficiales, probablemente bastante menos, a pesar de que el horario de votación fue ampliado varias veces.
Jamenéi dijo que ir a votar era un deber religioso. ¿Pero cuántos chiíes duodecimanos creyentes quedan en Irán para obedecerle? En 1979 la respuesta habría sido un 90%. El resto eran musulmanes suníes y pequeñas minorías de cristianos, judíos y zoroastrianos, que tienen reservados cinco diputados en el Parlamento. Ahora, tras 40 años de dictadura sacerdotal y el fiasco de 2009, el descreimiento causa estragos, igual que en la España nacional-católica bajo Franco. En ambos casos, cuando se utiliza la religión para justificar una dictadura, a medida que la gente se vuelve hostil o indiferente al régimen imperante, este arrastra consigo en su caída a la religión que lo justificaba.
A día de hoy, gran parte de la población urbana se ha descreído y los que siguen fieles a la fe de sus padres no por ello son fieles a la hierocracia gobernante. Dentro de una generación, si el sistema actual dura tanto, los chiíes creyentes serán minoría en Irán, y entonces el régimen de los ayatolás se derrumbará.
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