La toma de posesión de Pedro Sánchez, sin Biblia ni crucifijo, con Alejandro Magno como testigo desde un tapiz, me ha recordado la que protagonizó Enrique Tierno Galván, cuando llegó a la alcaldía de Madrid gracias a los votos del PCE. Fue el 19 de abril de 1979 en los años que se han conocido como la Transición. El 'viejo profesor', socialista y agnóstico, también prometió su cargo, pero reclamó un crucifijo y un ejemplar de la Constitución como símbolos de paz y justicia. Algunos se lo recriminaron. «No soy creyente, soy agnóstico. Pero la figura del Crucificado es para mí un gran símbolo: es el hombre que dio su vida por defender hasta el final una causa noble», defendió ante sus críticos. Unos días después, Sánchez felicitó a los musulmanes al término del Ramadán: 'Eid Mubarak'. El gesto me ha parecido bien, pero también me ha llamado la atención por su contraste con el primero. ¿Son ambos dos acciones electoralistas?
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La verdad es que ejercer de político católico o jurar ante la Biblia y el crucifijo no acredita a nadie como mejor persona. Es el caso de Lorenzo Fontana, ministro italiano de Familia y Discapacidad, que mantiene un discurso ultramontano y xenófobo. O el de Horst Seehofer, ministro federal del Interior en Alemania, que ha endurecido la política migratoria, como está ocurriendo en Hungría y Polonia, bastiones religiosos. Es un líder socialcristiano al igual que Markus Söeder, presidente de Baviera, que ha decretado la presencia del crucifijo en un lugar visible en los edificios de la Administración regional. Hasta los obispos germanos han salido en contra de la medida al considerar que se trata de «la expropiación por parte del Estado de un símbolo de la fe».
El cardenal Marx ha recordado que lo importante es que «la política respete la dignidad del ser humano, especialmente de los más débiles», y el que cuelga una cruz en la pared debe ser juzgado por estos estándares. También en la apertura de la embajada de Estados Unidos en Jerusalén se leyeron salmos y horas antes hubo una lección bíblica en el Parlamento israelí en busca de legitimaciones teológicas, como bien ha observado el profesor Rafael Aguirre. Pero, casi al mismo tiempo, el Ejército de Israel descargaba una lluvia de fuego sobre los palestinos en Gaza. La política de Trump tiene poco de evangélica salvo el nombre de la ultraderecha que le jalea y que tiene mucha fuerza.
Pedro Sánchez ha elegido a Macron como el primer 'partenaire' en su travesía europea. El presidente de Francia ha viajado estos días a Roma para entrevistarse con el Papa Francisco en el Vaticano. No tiene complejos, al menos en ese ámbito. Lo demostró de manera reciente cuando pronunció un histórico discurso ante los obispos galos en un ambiente de laicismo militante para reparar el «vínculo dañado» entre la Iglesia y el Estado. «Considero que la laicidad no tiene como función negar lo espiritual en nombre de lo temporal, ni desenraizar de nuestras sociedades la parte sagrada que nutre tanto a nuestros conciudadanos», defendió Macron para asegurar después que «la República no le pide a nadie que olvide su fe». Fue un reencuentro con el catolicismo francés, como antes los hubo con el Consejo de las Instituciones Hebraicas y con el Consejo del Culto Musulmán. Sin favoritismos ni sectarismos.
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Macron fue discípulo de Paul Ricoeur, filósofo protestante que abogaba por una laicidad abierta. A algunos la situación les ha recordado a Regis Debray, filósofo marxista que influyó en el presidente socialista François Mitterrand. El escritor y antiguo guerrillero, amnistiado en su día en Bolivia tras una campaña internacional a la que se sumó el Papa Pablo VI, defiende la presencia del 'hecho religioso' en la enseñanza, y comparte con el antropólogo René Girard que «querer desembarazarse de lo religioso es un absurdo intelectual». Al presidente de Alemania, el socialdemócrata Frank Walter Steinmeier, no se le caen los anillos por presidir el congreso de la Iglesia Evangélica y reivindicar el diálogo entre las religiones. Pedro Sánchez no debería caer en la tentación de atacar a la Iglesia, aunque la considere un objetivo fácil porque la ve débil y desprestigada. El fanatismo y el fundamentalismo no son las características que definen el sentimiento religioso en España, aunque se produzcan brotes de tradicionalismo. Y la Iglesia ya no es la protectora ideológica de ningún régimen.
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