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Que nadie se pregunte eso de ‘¿dónde vamos a parar?’, porque no vamos a parar, aunque no sabemos dónde está la llegada. El implacable separatismo trata, a una semana mal contada, que Trapero dirija de nuevo a los Mossos, que ya se han hecho mayores en edad, saber y desgobierno. ¿Qué va a ser de vosotros y, sobre todo, qué va a ser de nosotros que siempre somos los que nos pilla más cerca? El calentamiento global está enfriando nuestras esperanzas, que ya estaban ateridas. El presidente francés, Emmanuel Macron, da por perdido el combate contra el cambio climático. La llamada madre Naturaleza, que dicen que es muy sabia, ignora el destino de sus eventuales hijos. Si no se controlan las emisiones de gases de efecto invernadero, nos podemos morir de asco. El asunto tiene narices: hay que dejar de respirar o mudarse de planeta, porque no basta una reforma de la Constitución. El mundo necesita un psiquiatra, pero los clientes no caben en el diván.

Lo grave no es perder la razón sino dónde la hemos dejado para no encontrarla de nuevo. De alguna manera, todos somos catalanes y estamos a una semana de las elecciones autonómicas. La tristísima noticia del día es que un hombre ha muerto al ser agredido por llevar tirantes con la bandera de España. Se nos caen los calzones a todos los que seguimos hablando de patria, mientras el separatismo planea reconstruir el régimen desleído del artículo 155. No hay suficientes hornacinas para alojar a estos mártires, mientras crece el odio a España y se habla de posverdad y de otras cosas puestas en duda. Es difícil saber a qué atenerse, como no sea a las circunstancias. ¿Dónde estaban antes los que necesitaron inclinarse sobre el pueblo para conocer sus costumbres? Quizá se resbalaron todos. El abismo está a tope, pero hay que seguir. Que se desanimen otros. No usted ni yo.

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