El bastión de la tradición
Este año, como desde hace más de dos décadas, en el Alarde de Hondarribia se han vuelto a enfrentar dos concepciones de la tradición local. ... Por una parte, quienes pretenden actualizar el pasado, incorporando a las mujeres en igualdad de condiciones que los varones; y por otra, los que defienden que el rito colectivo se mantenga sin cambios, permaneciendo las hembras en el papel que han venido teniendo desde que el evento comenzó a celebrarse. En el trasfondo, la identificación del colectivo disidente con una opción política y el hartazgo de una mayoría de la población hacia las presiones externas. En Hondarribia, como en Tordesillas y en otros lugares, la presión exterior lo que ha hecho es generar una nueva conciencia de asedio; y si en 1638 la causa movilizadora fue la lealtad hacia un rey que había colmado de privilegios a sus pobladores, ahora lo es mantenerse fieles a una tradición que precisamente consiste en reafirmar la fortaleza del carácter de sus gentes. Y dado que ambos bandos están formados por hondarribitarras, auguro que el actual Sitio de Hondarribia también será largo y épico; y que no cesará hasta que paren las injerencias externas y sean los propios vecinos quienes consensúen la forma de que la tradición recupere su papel de vehículo de cohesión y solidaridad (como lo fue durante más de tres siglos).
Más allá del 'efecto llamada' de las fiestas patronales -desplazadas en casi todos los pueblos al verano, con el fin de incentivar el regreso vacacional de los emigrados a las grandes ciudades- la tradición tiene un importante papel en la subsistencia de las localidades pequeñas. Representa un vínculo de hermandad generacional y de compromiso con la 'patria chica': días en los que se puede 'bajar la guardia' porque hay relaciones de confianza forjadas durante toda una vida, donde se vuelve a jubilarse o a emprender nuevos negocios tras resultar despedido por la empresa. Los ritos iniciáticos tienen la fuerza evocadora de retrotraer al individuo a la infancia y la juventud, época generalmente añorada y en la que se forman lazos de amistad y rivalidad que a veces duran toda una vida. Las alegrías etílicas de las fiestas patronales propiciaron los primeros amores, la iniciación en el sexo, y momentos de juerga inolvidables; suelen ser recuerdos imborrables, patrimonio fundamental del individuo, parte esencial de nuestro 'yo'. La preservación y recuperación del urbanismo de muchos pueblos, así como la subsistencia del patrimonio etnológico (vestidos, bailes, canciones, artesanía) es posible por el poder evocador de la tradición y la voluntad de mantenerla.
La tradición tiene también un lado oscuro: su papel de freno al progreso humano. El más terrible es producto de su combinación con la religión, que puede llegar a sacralizar violaciones a los derechos humanos; haciéndolas perdurar durante siglos. Destacan en este sentido las tradiciones que someten a la mujer o a los niños a posiciones de inferioridad frente a los varones y adultos, explotando sexual y laboralmente a los 'condenados' por las prácticas tradicionales, forzando matrimonios e incluso mutilando a menores. En el siglo XXI, en India -la mayor democracia del planeta- persisten las castas y las pirámides sociales, siendo tolerados los crímenes de honor y otras tradiciones discriminatorias.
La escritora atea y libertaria Ayn Rand -creadora del sistema filosófico 'objetivista'- en su libro 'Retorno de lo primitivo' reflexionó acerca de los excesos del multiculturalismo, del ecologismo y de los movimientos contra la industria. Rand argumentó que estos idearios implican una limitación al poder del individuo para cambiar el mundo y una regresión hacia formas primitivas de relación entre las personas; la tradición como aliada del racismo y del sexismo, como freno al progreso material. Para ella el avance del conocimiento conlleva el crecimiento de la libertad de escoger, pudiendo contribuir a crear un futuro diferente; la vuelta al primitivismo implica aceptar la inmovilidad de una sociedad que se cierra en sí misma -y 'tribaliza' al individuo-. Así la persona encuentra en los valores y actitudes tradicionales de 'su gente' unas respuestas reconfortantes y familiares, que evitan el proceso de reflexionar individualmente acerca de las incertidumbres de un mundo en rápido cambio. Es una forma de enfrentarse a la angustia existencial y a un entorno que no alcanzamos a entender; algo así como la metáfora del avestruz, que mete su cabeza debajo del ala para no ver lo indeseado. Las provocadoras afirmaciones de esta filósofa (que unos consideran de extrema derecha y otros de extrema izquierda) reflejan una sociedad occidental que ha alcanzado tal nivel de bienestar que prefiere conservar antes de seguir avanzando hacia nuevos horizontes inquietantes.
Lo cierto es que la tradición debemos entenderla como una opción. Tan legítimo es seguirla tal cual se ha recibido, como lo es transformarla, o incluso eliminarla; es un medio de relación humana, no un fin en sí misma. Y el nacionalismo, como su máximo defensor, debe de hacer un uso ético de la tradición. En su siniestramente hermoso poema 'Defenderé la casa de mi padre' Gabriel Aresti culmina su épica sucesión de sacrificios con la perduración de la tradición: el bien supremo. En la práctica, el exceso de tradicionalismo -convertido en presión social- empobrece a los lugares; porque expulsa a los más inconformistas y creativos, que solo vuelven para esos pocos días de fiesta. Por lo tanto, cuidado con hacer de la tradición un bastión.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión