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Banderas

A veces, los incentivadores solo pretenden disipar el mal olor con el venteo de los trapos de colores

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Domingo, 15 de octubre 2017, 01:03

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En los créditos iniciales de la película de Robert Aldrich ‘Comando en el mar de China’, hay una sencilla metáfora con banderas del desgaste y destrucción de la guerra. Ondean juntas al viento la Union Jack, la bandera de Estados Unidos y la imperial japonesa. Por planos encadenados se aprecia que las banderas se van deshilachando y agujereando, hasta quedar convertidas en jirones irreconocibles que, al cesar el viento, penden fláccidos.

En mi vida he marchado tras una bandera. Lo más cerca que he estado de una supongo que fue en la jura de bandera del servicio militar, y di el beso requerido en el aire por dos razones: mi escaso patriotismo y que el soldado que iba delante de mí era Corsino el turolense, a quien le olía la boca a pozo séptico. Me contaba hace poco un amigo que vio en Granada una estampa propia de chiste de Forges. Una familia: pareja y dos hijos pequeños, de paseo dominical. De lo más costumbrista, salvo por un gran detalle: el padre llevaba al hombro un palo con una bandera española de buen tamaño. La familia se encontró con unos conocidos, se paró a charlar con ellos y después se sentó a la mesa de una cercana terraza. Y todo el tiempo el señor bandera en ristre, portada con la misma naturalidad que si llevara una barra de pan. La familia iba o venía de alguna concentración por la unidad de España o de despedida de los picoletos expedicionarios a Cataluña o algo por el estilo. Lo que me pone de mal humor es cuando en una manifestación hay niños que llevan banderitas que les han dado sus padres; me desagrada tanto como verlos en las procesiones de Semana Santa vestidos de cofrades. Lo propio para un niño es que lleve un juguete en la mano o que vaya disfrazado de pirata, no de miembro del KKK.

Me hizo gracia que, en una reciente fiesta callejera, la comunidad china en Bilbao adornó la calle con ristras de pequeñas ikurriñas ‘made in’ China con los colores invertidos, el rojo por el verde y viceversa. Sin embargo, no tenían ninguna gracia las imágenes lamentables de dos grupos de jóvenes en Barcelona, con banderas esteladas uno y españolas el otro, dándose de hostias. En el Festival Ja! de este año ha estado el escritor bosnio Velibor Čolić, autor del libro ‘Manual de exilio’. Guillermo Altares le preguntó ante el público si conocía la crisis de Cataluña y qué opinaba al respecto. El desertor del ejército yugoslavo, emigrante en Francia que las pasó canutas, contestó con laconismo que en los Balcanes la gresca comenzó con un referéndum.

Incentivar a la gente para que agite banderas siempre puede resultar peligroso y descontrolarse. A veces, los incentivadores solo pretenden disipar el mal olor de algo podrido con el venteo de los trapos de colores; otras, pueden servir para recoger como en un mantel las migas de mentiras troceadas.

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