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El mayor peligro de tirar la toalla en señal de abandono es que pesa mucho y no puede ir muy lejos, empapada como está en lágrimas. Miquel Iceta, candidato del Partido de los Socialistas de Cataluña a la presidencia de la Generalitat, es el que lo tiene más claro en la oscuridad: «O soy yo presidente o lo es un independentista, no hay otra salida». Para él, candidato del PSC a la Generalitat, lo difícil no es sinónimo de lo imposible. El consenso se va situar en el catalanismo de centro-izquierda, pero lo que espera Cristóbal Montoro es que se aclare la crisis catalana. Los Presupuestos de 2018, que son más contantes que sonantes, se imponen con eso que los analistas políticos insisten en llamar «la fría elocuencia de de los datos». A lo que aspira Iceta es a hacer un Gobierno de amplio espectro para disimular el cadáver, que cada vez huele peor. Por eso busca independientes que dependan de él. Mientras, Hacienda, avisa a los ministerios de que no podrán aumentar el gasto durante el año que viene, si es que se atreve a venir.

España es un país de viejos porque muchos no tenemos una idea muy clara de cuándo debemos morirnos. Por tercer año consecutivo, están ausentándose sin dejar señas más españoles de los que nacen. Los sociólogos le llaman a eso «saldo negativo» y ha alcanzado su cota mayor, pero superable en los años próximos. A ese balance hay que añadir otro dato: los españoles que emigran son más numerosos que los que regresan. Unos con la faltriquera vacía y otros con el corazón lleno de nostalgia. Como en casa de uno, en cualquier parte; dicen los desarraigados, pero la obsesión de Carme Forcadell es no frenar la república que ella presenta en sus mítines como la solución a todos los males, sin excluir los que por suerte no padecemos. La expresidenta de la ANC y del Parlament es un caso de impaciencia. Debería sosegarse en Navidad.

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