Euskadi y Cataluña serán decisivas
Y así, sin más, Pedro Sánchez ha vuelto a hacerlo. Fiel a su manual de resistencia y contra todo pronóstico demoscópico, el tándem PSOE-Sumar ... ha conseguido movilizar el suficiente voto de la izquierda para frenar las aspiraciones de «derogar el sanchismo» del bloque de la derecha que, pese a haber ganado las elecciones, no consigue sumar mayoría absoluta para formar gobierno.
Agitar el espantajo del fascismo advirtiéndonos del riesgo de una posible pérdida de derechos civiles y un retroceso en libertades democráticas a manos una ultraderecha machista, retrógrada y negacionista, dispuesta a ilegalizar partidos políticos y enemiga declarada del Estado de las autonomías, según le escuchamos decir al propio líder de Vox en campaña, ha dado sus frutos y ha posibilitado a Sánchez la tan ansiada remontada, para alcanzar al menos un empate técnico que le permita revalidar su leyenda de líder imbatible y seguir gobernando cuatro años más, pese a lo ajustado de un escrutinio casi agónico que le obligará, en todo caso, a tener que contar con el apoyo de otras siglas, incluidas las de los partidos independentistas, de los que el líder del PSOE tanto ha rehuido en campaña y que tienen ahora en sus manos, mira por dónde, no sólo la llave de su investidura, sino de la propia gobernabilidad.
Mientras media España llora y la otra media celebra eufórica a esta hora, los ciudadanos que votan a opciones soberanistas en Euskadi y Cataluña ven cómo sus votos se convierten en decisivos. Y formaciones como Bildu, ERC y el PNV, pero también Junts, a la vista del resultado obtenido por PP y Vox y PSOE y Sumar, se convierten en indispensables aliados para garantizar la estabilidad institucional del Estado.
Lo que desbarata el argumento de quienes pronosticaban una vuelta al bipartidismo tras estas elecciones. Menos centrado y más extremista, pero bipartidismo al fin, porque, como diría Yolanda Díaz, «esto va de bloques», sin reparar en que eso nunca es una buena noticia, pues solo augura más polarización y más fractura social.
A estas alturas, con lo que llevamos visto y oído, resulta evidente que hay quien hubiera preferido que así fuera, diseñando para ello una campaña electoral que podría estudiarse en las facultades de comunicación y ciencias políticas como ejemplo de estafa democrática, en la que han reinado la manipulación homogeneizadora, el insulto y la demonización del adversario político, y un absoluto desprecio hacia las distintas sensibilidades y opciones políticas, todas ellas legítimamente democráticas, que ostentan la representatividad institucional en un Estado que, como ha quedado demostrado y como necesariamente se pondrá en valor a partir de ahora -a la fuerza ahorcan- es políticamente diverso y plurinacional.
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