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De un día para otro, pero dentro de esta semana, Puigdemont proclamará la independencia de Cataluña. El fracaso del referéndum ilegal ha determinado que rijan otras leyes y que se alcen los que estaban agazapados. Ya nadie engaña a nadie, ni siquiera a los que nos gustaba llamarnos a engaño y acudíamos a nuestra propia llamada. Son cosas que urde la esperanza, a la que Shakespeare califica de «engañosa», pero ahora todos los clavos están ardiendo y el que se agarre a ellos se puede quedar como la Venus de Milo, que según los humoristas empezó mordiéndose las uñas. Rajoy ofrece diálogo a todos los partidos sin cerrar puertas, salvo a los que se jueguen ‘a puerta cerrada’. La crisis institucional, que empezó con la desobediencia de la Generalitat, puede convertirse en una pandemia. El presidente del Gobierno ha convocado a los partidos políticos y pide comparecer ante el Parlamento, mientras Sánchez le exige que abra una negociación política con el Govern. Son maneras de reconocer lo que se nombra con una única palabra: hundimiento.

No es extraño que cuando pierde sitio el Estado se hable más que nunca del estado de sitio. Quizá se haya retrasado excesivamente la aplicación del célebre artículo 155. Hasta ahora se utiliza para amagar y no dar, ya que el que puede ordenar su funcionamiento ofrece diálogo «sin cerrar puertas», para que pueda escaparse todo el que estaba en los pasillos del poder, sin saber si entrar o salir. La puerta le puede dar en nuestras narices. ¿Sería mejor que hubiera elecciones en Cataluña? Los españoles que hemos nacido en otro lugar también tenemos derecho a opinar, aunque nuestro criterio no sirva de nada o de muy poco. Los Mossos se han alineado con los golpistas y siempre llega un momento en el que no se entiende nada. Desdichadamente, ese momento ha llegado.

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