La acogida
Hemos calculado mal nuestras hospitalidades y miles de personas llegan diariamente a España sin saber dónde pueden alojarse. Algunas duermen en los mismos barcos que los han traído y otras en los patios de la comisaría más cercana. «De fuera vendrá quien de tu casa te echará», dice nuestro áspero refranero, que también afirma que donde comen tres, comen cuatro, pero no le asegura la digestión a los siguientes. Tienen que albergarse en las cubiertas de los barcos que los han traído o en los patios de la comisaría más cercana. El flujo de inmigrantes que hacen su involuntario turismo procede del norte de África. Es inútil contarlos porque siempre que se cuentan, sobran la mitad. Andalucía es la más agraciada con esta desgracia y la presidenta, Susana Díaz, pide que los esfuerzos se repartan entre todas las comunidades autónomas. Es mucho pedir aunque España sea una nación de naciones o más bien una guarida de hambrientos para los que comer todos los días les parece una venganza.
Mientras, Puigdemont dice desde Berlín que no va a tardar veinte años en pisar suelo catalán. El expresidente está trabajando en «el consejo de la república». Su delito de rebelión no prescribe y sería encarcelado si regresara a España, así que hace bien en no volver. Cerca de 4.000 empresas han abandonado la región catalana, que era la joya de la corona antes de acudir a la casa de empeños.
La palabra cerrar, que tiene más de treinta acepciones en el diccionario de la lengua española, también significa atacar. Cuando a Valle Inclán lo agredieron unos gamberros, salió en su defensa un transeúnte y el gran escritor le dijo: «Cerremos contra esos villanos». Porque cerrar también significa atacar. ¿Será contra ella misma?