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El pequeño teatro en la casa. R. M. V.
Una tumba y un teatro para honrar su memoria

Una tumba y un teatro para honrar su memoria

Bournemouth festeja el centenario con actividades y visitas al panteón y la casa de la escritora y su familia

RALUCA MIHAELA VLAD

Sábado, 10 de marzo 2018

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En los acantilados del sureste de Inglaterra se erige una de las ciudades más grandes y turísticas del país. Bournemouth acoge cada año a miles de visitantes, sobre todo con motivo del Festival Aéreo de agosto. Este 2018 hay otra razón: el segundo centenario de la publicación de uno de los relatos más emblemáticos de la literatura, ‘Frankenstein’ de Mary Shelley. La metrópoli y, en especial, la iglesia de St. Peter’s y el bar vecino dedicado a Shelley celebran este mes el aniversario en un festival con actuaciones, charlas y miradas al pasado que siempre acaban en una visita a la tumba de la escritora. Para llegar hasta ella hay que entrar en el recinto vallado que incluye el templo y el típico cementerio inglés en un jardín. Oculta tras la iglesia se encuentra la escalera que conduce al monumento. La entrada es libre.

El edificio neogótico despierta interés entre los vecinos y los visitantes. Es un oasis dentro del ajetreo de la ciudad siempre que no sea domingo o lunes, por las actividades del culto y del coro. Claro que este año todo es distinto y la paz del recinto se romperá en muchas más ocasiones por el Festival Frankenstein Shelley, que empezó el pasado día 7 y durará hasta el 8 de noviembre.

El evento ha contado con la colaboración de la Universidad de Bournemouth, la Facultad de Artes de la ciudad y la iglesia de St. Peter’s. Juntos han dado vida a las personalidades del entorno de la familia Shelley y a los personajes emblemáticos de Frankenstein. Empleando la tecnología, han creado distintos puntos dentro del cementerio a los que se puede acudir para descubrir con un teléfono móvil algo que está oculto a la vista.

El recorrido empieza en la iglesia. Luego es preciso rodearla y caminar hasta el sepulcro. Allí, lejos de cualquier recreación virtual, un viejo cartel informa sobre los personajes famosos que ocupan la tumba. En algunos casos se trata únicamente de restos parciales. Sucede con el marido de Mary, Percy Bysshe Shelley (1792-1822), un conocido poeta romántico, ateo y anarquista, de quien solo fue trasladado hasta aquí su corazón.

Un corazón y una urna

Percy falleció en el naufragio del barco en el que viajaba desde Pisa. En aquella época había un gran temor a las enfermedades que se podían contraer a consecuencia de la descomposición de los cadáveres, por lo que se rociaban con cal viva para reducir las posibilidades de contagio. El marido de la autora de ‘Frankenstein’ había manifestado en numerosas ocasiones su deseo de ser incinerado. Así fue, gracias a Trelawny y Byron, quienes convencieron a la familia para guardar su corazón. Mary Shelley lo tuvo en una urna y sobre una cómoda de casa hasta que llegó su propia muerte, en 1851.

Sus últimos años los pasó en Londres. Había estado enferma y no pudo mudarse a la mansión que compró su hijo Percy Florence Shelley en Boscombe, Bournemouth. Murió sin ver el teatro que construyeron para ella en una parte del edificio en estado semirruinoso cuando su hijo adquirió la casa. Incluso le habían hecho una ventana en su cuarto desde la que podía ver el escenario sin esfuerzo. Quien sí pudo ocupar aquella habitación y ver desde allí las obras fue Jane, la esposa de Florence. Para entonces, los restos de Mary Shelley ya habían sido llevados al panteón familiar del cementerio de Bournemouth. Allí están, juntos para siempre, sus padres, ella y el corazón de su marido.

Ante su tumba, los visitantes pueden reflexionar sobre la muerte y el afán por crear vida, el rechazo social y los héroes. Es el mismo juego que cautivó a los hijos de Mary, en especial a Florence, quien prosiguió con el teatro y dio más fama a Frankenstein.

El teatro de la casa Boscombe Manor se ha renovado mínimamente en un intento por mantener el valor histórico de la propiedad. Han contado para ello con numerosas donaciones, algunas de ellas devoluciones de las que el mismo Florence hizo en su tiempo a los más desfavorecidos de la ciudad.

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