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josu eguren
Sábado, 15 de septiembre 2018
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Gracias a la fuerza de una sana costumbre que poco a poco empieza a imponerse, y porque el Festival de San Sebastián ya dio pruebas de su compromiso con el redescubrimiento y puesta en valor de las pioneras de la historia del cine al programar un ejemplar y exhaustivo ciclo dedicado a la directora estadounidense Dorothy Arzner, retrospectivas como la de Muriel Box están dejando atrás la etiqueta que pesa sobre los fenómenos aislados adscritos a periodos estrictamente coyunturales.
El ciclo de Muriel Box (Surrey, Reino Unido, 1905. Londres, 1991) no es una excusa o un guiño político, es un fin en sí mismo que se justifica por su importante contribución como directora y guionista al cine británico de posguerra, una industria a la que perteneció durante más de treinta años.
Antes de la publicación de 'El segundo sexo', Box, que comenzó en el cine como script, ya se había convertido a una fe que alimenta el subtexto de gran parte de su obra, aunque el rastro más notable de su militancia feminista hay que buscarlo en comedias aparentemente intrascendentes como 'Simon y Laura' y 'Herencia contrarreloj'.
La mal llamada guerra de sexos, retratada por Box en términos de una irritante desigualdad, el divorcio, el aborto, la prostitución, las brechas laborales y salariales, son temas que aparecen frecuentemente en una filmografía que se vio torpedeada por las cómplices de los opresores -como las llamaría Simone de Beauvoir-: sus discrepancias con las actrices Jay Kendall y Jean Simmons (ambas le hicieron la cama) pusieron en jaque a una mujer siempre al filo de la depresión, que sin embargo había logrado el reconocimiento de la profesión en 1946 al ser galardonada con el Oscar al mejor guión original por 'El séptimo velo', de Compton Bennet, un texto coescrito por su marido Sydney Box.
Bajo las bombas
Una serie de accidentes y casualidades forzadas, que le llevaron a enrolarse en las filas de una productora de películas documentales, puso a Muriel en la órbita de un mundo al que había soñado pertenecer desde niña, aunque su fantasía se tornó en pesadilla cuando la empresa entró en bancarrota con el ocaso del cine mudo.
Su relación con su futuro esposo, un novelista ocasional y escritor de obras de teatro amateur con el que trabaría una relación sentimental y profesional, la rescató de la desesperanza y le permitió reavivar su pasión por el cine cuando le propuso que fundasen juntos la productora de películas propagandísticas Verity Films, en la que trabajaron codo con codo durante el periodo de bombardeos sostenidos por parte de la Luftwaffe.
De ahí su paso a Gainsborough Pictures, y posteriormente el salto a London Independent Producers, donde desarrolló una frenética carrera como directora, guionista y escenógrafa bajo el vuelo incesante los misiles balísticos V2 (a esta época pertenecen '29, Acacia Avenue' y 'El séptimo velo').
Superadas las calamidades de la contienda bélica, Muriel Box aceleró su ritmo de trabajo hasta enlazar diez películas como directora en apenas diez años. La temperatura emocional y discursiva es lo que más llama la atención en una etapa de su filmografía caracterizada por una puesta en escena clásica y aseada, que dio como fruto títulos entre los que merece la pena destacar 'El vagabundo de las islas', 'The Truth About Women' y su última película 'Rattle of a Simple Man' (1964).
Con 62 años recién cumplidos, divorciada de Sydney, cada vez más desconectada de los gustos de una nueva generación, Muriel Box dejó atrás el cine para fundar la primera editorial feminista del Reino Unido, una tribuna desde la que impulsó la lucha por los derechos de las mujeres hasta su muerte en 1991.
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