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'The Rayograph' de Man Ray.
El desafío a la razón

El desafío a la razón

El dadaísmo y el surrealismo protagonizan una de las exposiciones más atractivas de la primavera en Madrid

GERARDO ELORRIAGA

Sábado, 21 de abril 2018

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La justicia poética parece haber hecho de las suyas en la última exposición que celebra el Palacio de Gaviria. El recinto madrileño, convertido en sede de exposiciones con gran reclamo popular, acoge durante esta primavera una selección de los ricos fondos de arte contemporáneo del Museo de Israel. Con Marcel Duchamp, René Magritte y Salvador Dalí como ejes de la muestra, la cita pretende ser una panorámica del dadaísmo y el surrealismo. El origen del préstamo y los movimientos estéticos homenajeados se adecúan perfectamente, y es que muchos de sus principales representantes eran de raíces judías, al igual que los coleccionistas que adquirieron las pinturas, esculturas y fotografías generadas por aquellos autores que cuestionaban la herencia clásica, sus códigos y valores. La invasión alemana, el expolio y la persecución de la comunidad hebrea dispersaron este tesoro. El curator y galerista italiano Arturo Schwarz contribuyó eficazmente entre los años cincuenta y setenta a recuperar aquellas obras y exhibirlas en su espacio milanés. A finales del pasado siglo, donó su colección, formada por setecientas piezas, a la institución radicada en Jerusalén desde 1965.

La muestra madrileña permite recorrer este legado. Además de los autores mencionados, la selección, formada por ciento ochenta obras, incluye creaciones de Max Ernst, Man Ray, Francis Picabia o Marcel Janco, representante de la primera vanguardia que emigró a Palestina ante la amenaza nazi. El recorrido también ofrece las reproducciones, a cargo del arquitecto Óscar Tusquets Blanca, de 'Retrato de Mae West que puede utilizarse como apartamento surrealista', ubicado en el Museo de Dalí en Figueras, y de la instalación '1.200 sacos de carbón', creada por Marcel Duchamp para la Exposición Internacional del Surrealismo, un evento que tuvo lugar en París en 1938, y que supuso el culmen de su proyección estética.

Símbolo de poder

El deseo se convierte en una eficaz herramienta de autoexploración de los artistas, conocedores de las teorías freudianas en torno a la sexualidad, pero, asimismo, aparece como el instrumento de denuncia de los movimientos totalitarios que sacudían entonces el continente. Frente a la burguesía nacionalista y su carácter belicista, los artistas dadás, refugiados en Suiza, impulsaban un espíritu pacifista y contrario a las convenciones estéticas de la clase dirigente.

El deseo se convierte en una eficaz herramienta de autoexploración de los artistas

Pero su revolución no sería hoy políticamente correcta. En el aspecto erótico, la liberación de las pasiones de los hombres implicaba una visión patriarcal de las mujeres, convertidas en sujetos pasivos de la pulsión y símbolo del poder. El cuerpo femenino, a menudo idealizado o fragmentado, aparece como el receptáculo de las obsesiones.

Tres figuras, muy diferentes entre sí, protagonizan esta mirada sobre el arte de Entreguerras. Marcel Duchamp es el autor más implicado en el proceso que conduce desde los cenáculos dadaístas hasta el ámbito que dirigió con mano de hierro André Breton. Este estudiante de Arte en Montmartre, ajedrecista y marchante, se convirtió en uno de los grandes artífices de la revolución estética que identifica las primeras décadas del siglo XX. Desde una posición independiente y muy crítica con sus aparentes correligionarios, su trabajo implica un constante replanteamiento del concepto artístico y su relación con la vida cotidiana.

Su álter ego, Rrose Selavy, constituye una osada transgresión de las fronteras de género y de cuestionamiento de ese deseo focalizado en la mujer. Además, sus 'ready-mades' anticipan la creación de objetos surrealistas a partir de elementos fabricados mecánicamente y, sobre todo, las prácticas artísticas contemporáneas.

Salvador Dalí supone la aportación española al movimiento surrealista, aunque, como en el caso del anterior, su personalidad y otros intereses, quizás más espurios, se impusieron sobre los compromisos sociales y políticos del movimiento. Al igual que Duchamp, su trayectoria se despliega en múltiples intereses que abarcan el teatro o, incluso, el cine. Además de la decoración inspirada en Mae West, la exposición presenta 'Ensayo surrealista', una de sus obras datadas en ese periodo de controvertido alineamiento con Breton y los suyos.

El fugaz encuentro de René Magritte con el ambiente artístico de París no es óbice para que se haya convertido en uno de los nombres asociados a esta corriente. Su breve estancia en la capital francesa dio paso a una trayectoria individual en la que el surrealismo adopta una interpretación singular, carente de la identidad combativa anterior.

El universo del artista belga, tan característico, se sustenta en la relación entre el lenguaje, los objetos y la imagen, la sugerencia del ilusionismo visual y la ironía. Su vínculo con aquella primera etapa parece circunscribirse a la veta onírica y cierto halo de aquel erotismo que impregnaba el hacer de sus antiguos compañeros. 'El Castillo de los Pirineos', una de sus obras más conocidas, se halla en la exposición y documenta esta relación entre las palabras y la representación.

La expresión francesa 'construir castillos en España', que hace referencia a proyectos poco realistas, se interpreta sin ambages, con la rotundidad que emana la visión del edificio ubicado sobre la roca que flota en el aire. Pero el trabajo de Magritte, como si se tratara de un epígono cualificado, también aporta una vertiente que acredita al surrealismo como una corriente capaz de influir sobre generaciones posteriores en contextos tan distintos como el conceptual americano o el pop. La alucinación permanece, intensa y fructífera.

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