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La palabra detrás del fusil

La palabra detrás del fusil

La literatura, desde la oral hasta la transmitida por la última tecnología, ha impulsado la guerra a lo largo de la Historia

GERARDO ELORRIAGA

Viernes, 9 de diciembre 2016, 13:24

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El combustible literario que alimenta el combate es variopinto. Desde la clásica arenga a las tropas, que antecede a la batalla, hasta los discursos que enrarecen la atmósfera social, los ensayos más enfebrecidos o, incluso, las piezas de ficción que nutren el imaginario colectivo con toda suerte de pesadillas. El escritor y artista navarro Javier Mina ha recorrido el devenir del hombre rastreando esos argumentos para la conflagración. El abanico de materiales inflamables incluidos en 'Libros para la guerra' (Editorial Berenice) no sólo hace acopio de toda la literatura que ha exacerbado ánimos, sino que también abarca las campañas de prensa, películas, himnos, carteles o expeditivos los ultimátum y su enorme capacidad para precipitar el ruido de sables y artillería. La relación comienza en las escaramuzas neolíticas y desemboca en las atrocidades del Estado Islámico.

Las pinturas rupestres del Levante español proporcionan, según el estudio, las primeras representaciones de lucha y, posiblemente, los rudimentos de la propaganda bélica. Las abundantes pruebas de la violencia sufrida por la población evidencian que el Neolítico fue un periodo convulso, aunque la primera constancia escrita de una guerra nos remite al conflicto entre las ciudades de Lagash y Umma, en el actual Oriente Medio, una disputa datada en torno al 2.500 a. de C., que se extendió durante cien años y culminó con la victoria de la primera y la erección de la 'Estela de los buitres', monumento que muestra a las aves carroñeras abalanzándose sobre los cadáveres de los caídos. El denominado archivero de Entemena ofrece la versión escrita de los hechos, mezcla de hazañas humanas y divinas que le confieren la condición de primer historiógrafo de la humanidad.

Las ciudades-Estado desaparecieron tras la aparición de los imperios, dotados de formidables aparatos militares. La expresión mural se convirtió en una eficaz herramienta de prevención para Asiria. Sus bajorrelieves, toda una relación de torturas, parecen destinados a disuadir a los potenciales enemigos. La 'Historia de Sinuhé', memorias de un general egipcio, constituye uno de los ejemplos iniciales de esa copiosa narrativa que alienta la guerra como un vehículo para la obtención de recompensas honoríficas y materiales. Ahora bien, la profusa propaganda militar del reino de los faraones parecía destinada a la divinidad, no al pueblo, y, al parecer, el objetivo era conseguir su determinante apoyo en los hechos de armas.

Alegatos y soflamas

La Biblia no es el primer libro sagrado que aboga por la Guerra Santa, pero según el libro de Mina, quizás el texto que mejor la ha publicitado. La Canción de Débora, recogida en el Libro de los Jueces, es una de las arengas más antiguas que se conocen, pero el autor destaca el numeroso capítulo de alegatos y soflamas insertos que desacreditan la paz, relacionándola con la molicie, y alientan a la lucha con justificaciones ideológicas y teológicas. Además, apunta su trascendencia durante buena parte de nuestro pasado colectivo. Su poder para agitar los ánimos ha alcanzado a los macabeos en el siglo II a. de Cristo, pero también a los judíos dominados por Roma, los reinos medievales empeñados en las Cruzadas o las rebeliones cristeras en México, fechadas en la pasada centuria.

La capacidad de los libros para provocar el estallido bélico alcanzará elevadas cotas de eficacia con Grecia, ya sea apelando al plano divino o, posteriormente, a la necesidad cívica. La palabra llama directa e inmediatamente a la lucha en el asamblea del pueblo o ekklesia. La 'Ilíada' incita a las armas y glorifica al combatiente, evitando la crudeza del enfrentamiento, mientras que las elegías de poetas como Calino y Tirteo demandan la participación de aquellos que pretenden salvar a las urbes helenas. En el siglo de Pericles, la votación de los ciudadanos decidía la paz y la guerra, y, en este contexto, la palabra se convertía en instrumento esencial para la toma de decisiones. Así, la 'Oración Fúnebre' invoca a los muertos para que los vivos sigan su ejemplo y participen en la lucha y las 'Filípicas' de Demóstenes defienden la democracia frente al rey macedonio y sus afanes expansionistas.

El secretismo y silencio políticos, convertidos en piedra angular de la civilización romana, no propiciaron, en cambio, la propaganda política, explica Mina, que señala también la situación bélica como una constante de la vida del Imperio. El escritor, no obstante, alude a panfletos de decidida vocación militarista como los 'Comentarios sobre la Guerra de las Galias', de Julio César, hábil político y general que sabía de la rentabilidad personal generada por las campañas en los amplios territorios sometidos a la conquista.

La Edad Media alentará una literatura impulsora de la guerra bajo la forma de epopeyas, crónicas historiográficas y tratados militares. El 'Libro Negro de Carmarthen', fechado hacia el 116, es el primero que recoge la leyenda de Arturo, un héroe que extenderá su influencia más allá de su nativa Gales y que gira en torno a la guerra y el amor, la entrega y la generosidad y expediciones con el acicate de singulares combates contra seres de todo origen. También destaca obras como el 'Cantar de Roldán', que adecuarán la guerra al código caballeresco. Pero la fe mueve montañas y pueblos, y el libro pone de relieve el poder de atracción de la consigna '¡Dios lo quiere!', formulada por el papa Urbano II en 1090 y que reclamaba la liberación de la ciudad de Jerusalén, ocupada por los musulmanes. Las iniciativas militares contra el turco se sucedieron durante dos siglos, aunque la apelación a la guerra santa no flaqueó y contó con otros objetivos menos ambiciosos, caso de los herejes cátaros o los reinos islámicos de la Península.

La Ilustración

La puesta en valor del ser humano como tal, despojándolo de su condición de siervo de Dios y vasallo real, derivó durante el Renacimiento en una reacción contra la anterior exaltación de la violencia. «La guerra es dulce para quien no la ha vivido», advirtió Erasmo de Rotterdam en sus 'Adagios' y lamentó sus consecuencias y fácil propagación. El pacifismo de los autores también contó con las plumas de François Rabelais, que desmontó las bases teológicas del militarismo, y Michel de Montaigne, afectado personalmente por las sangrientas disputas entre católicos y protestantes que devastaron Francia. Pero el espíritu humanista vino contrapesado por los tratados sobre estrategia militar que pretendían educar a los príncipes incluyendo la herramienta bélica como instrumento político. Baltasar Castiglione incluye el marco ético del arte de guerrear en 'El Cortesano' y Nicolás Maquiavelo apunta la necesidad de abordarlo desde un punto de vista profesional y proporcionado.

La Ilustración y la imprenta contribuyeron eficazmente al final del Antiguo Régimen. El intenso proselitismo llevado a cabo por sus precursores y el apoyo de la prensa resultaron esenciales tanto en la difusión de ideales como en ese arrumbamiento último. La proliferación de periódicos y panfletos permitió la creación de atmósferas proclives al levantamiento. Los diarios y las soflamas, como la del patriota Patrick Henry, se divulgaron pronto por las colonias norteamericanas e impulsaron su secesión de Inglaterra. La 'Declaración de Independencia', materialización del credo difundido por Voltaire, Diderot o Holbach, prendió también los ánimos rupturistas de las colonias americanas.

La Revolución Francesa también se halla íntimamente ligada a los medios escritos, fuentes de denuncia y de políticos. La libertad de prensa, obtenida en 1791, no impidió una lucha feroz plagada de ataques sectarios y represalias que se cobró numerosas cabezas de periodistas. Las palabras de Jean Paul Marat, Jacques Hébert y Maximilien Robespierre incitaron a las turbas a la comisión de masacres y ellos mismos fueron víctimas de esta espiral de violencia. La insurrección popular que siguió a la ocupación de España por las tropas galas también fue estimulada por la prensa y las hojas volanderas, empeñadas en crear una opinión pública favorable a la lucha contra el invasor. Asimismo, la independencia de los territorios americanos también fue instigada por los periódicos elaborados por las prensas volantes que portaban los propios ejércitos.

El 'Manifiesto comunista' de Friedrich Engels y Carlos Marx, publicado en 1848, también es un grito de combate, según 'Libros para la guerra'. Tal y como señala, su incitación a la rebelión del proletariado provocará numerosas contiendas civiles en países desgarrados socialmente. Además de acicates ideológicos, las campañas propagandísticas se reforzaron con aportaciones materiales tan cruciales como la fotografía. La exposición del horror inherente al campo de batalla, mostrado sin ambages en el conflicto de Secesión americano, acabó con el ideal romántico del hecho castrense, pero la aparición de la instantánea no pudo desligarse de otro fenómeno tan vinculado a la guerra moderna como es la manipulación de imágenes con fines políticos.

El cine y la radio

La mendacidad como arma quedó patente en la guerra de Cuba. La prensa de William Randolph Hearst acusó a España de haber volado el acorazado estadounidense 'Maine' con el fin de provocar la guerra entre los dos países, circunstancia que propiciaba la apropiación de las últimas colonias hispanas. No olvidemos que el patriotismo es un sentimiento inflamable que puede ser estimulado convenientemente. Al comienzo de la I Guerra Mundial, Alemania editó 17.000 obras relacionadas con el fenómeno militar con la tesis predominante de que tras el enfrentamiento existía una defensa cultural. En Austria se creó el Grupo Literario, dependiente del Ministerio de la Guerra y destinado a reforzar la labor propagandística, en el que tomaron parte Rainer María Rilke y Stefan Zweig. Además, la Gran Guerra asistió al advenimiento del cine como eficaz medio para captar el sentimiento y la voluntad de las masas.

Los mensajes totalitarios fueron el germen de la segunda contienda mundial. Las 'Tesis de abril' de Lenin provocaron la caída del Imperio ruso y 'Mi lucha' de Adolf Hitler sirvió de banderín de enganche para el nacionalsocialismo alemán y plataforma de turbios intereses como el exterminio de los judíos, también defendido por el panfleto 'Los protocolos de los sabios de Sión'. La Segunda Guerra Mundial estará vehiculada por los multimedia. El cine, la radio, tan eficaz en el antecedente bélico español, y el cine sumarán esfuerzos a la prensa regular y a la que se editaba clandestinamente en los territorios ocupados por el III Reich.

La Guerra Fría contrapuso los mensajes redentores del comunismo y el favorable a la libertad de Occidente, plagados de numerosas contradicciones. En ese contexto de confrontación, el Libro Rojo de Mao se convirtió en uno de los más cualificados ejemplos de literatura probélica. Su llamamiento a la movilización general contra el difuso enemigo interno provocó la Revolución Cultural, una destrucción sistemática del patrimonio nacional y dos millones de muertos. Su proyección en Camboya con la llegada al poder del Khmer Rojo resultó aún más devastadora.

La vigencia de los libros sagrados como elemento instigador de conflictos ha quedado sólidamente demostrada en pleno siglo XXI. El Corán ha sido enarbolado por los fanáticos que han protagonizados espectaculares atentados en todo el mundo y terribles ofensivas militares en Oriente Medio. Su propaganda ha alcanzado cotas insólitas gracias a un dominio de los nuevos medios de comunicación y la connivencia de aquel sector de los mass media ávido de sensacionalismo. La antigua literatura se alía con las tecnologías de última generación para perpetuar el ansia nunca satisfecha de guerra, una terrible constante en la historia del ser humano.

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