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Tom Wolfe.
Vivir para contarlo
REPORTAJE

Vivir para contarlo

En los años 60, Tom Wolfe y Gay Talese acuñaron un tipo de periodismo que apostaba por el subjetivismo, una tendencia que Hunter S. Thompson llevaría al extremo

LAURA FERNÁNDEZ

Viernes, 3 de junio 2016, 11:47

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El periodismo fue, una vez, revoltoso. Porque todo, en esa época, lo era. A finales de los año 60 se vivió en EE UU una revolución. La primera revolución contracultural de la Historia. Lo que ha quedado, aquello que se recuerda, es el Verano del Amor, y Woodstock, Janis Joplin y Jimi Hendrix, el White Album de los Beatles, las viñetas de Robert Crumb, las protestas ante los tanques, con flores por todas partes; contra la guerra de Vietnam, pero hubo más, mucho más. El mundo del arte estaba reinventándose, decidiendo, en muchos casos, que ya había tenido suficiente, que iba a tomar un desvío, como lo habían tomado Jack Kerouac y los suyos una década antes, buscando una alternativa a la casa con jardín, niños y trabajo seguro; ofreciendo a jóvenes deseosos de romper con todo esa misma alternativa, porque ellos habían tomado el desvío y lo que les había esperado al final había sido, en algunos casos, la gloria, y cuanto menos, una vida aparentemente más apasionante que cualquier otra.

«No existe otro contexto que pueda explicar la aparición de la literatura posmoderna», decía hace no demasiado Robert Coover, insigne autor de La fiesta de Gerald y El hurgón mágico, alineado en el terreno literario junto a Thomas Pynchon, Donald Barthelme y todos los posmodernos, aquellos que se propusieron destruir el relato, tal y como había sido concebido hasta entonces, y darle una nueva forma, tantas formas, como soldados había en la batalla; es decir, tantas como escritores decididos a intentarlo. Pues bien, en ese contexto, el periodismo también se dijo que había tenido suficiente. Que había que renovarse o morir, y que renovarse pasaba por convertirse en algo parecido a la literatura. Tom Wolfe, autor de El nuevo periodismo, el libro que trató de explicar lo que estaba pasando, dice que hasta la década de los 60, los periodistas habían escrito sus artículos y luego habían tratado de retirarse, un tiempo, para escribir La Novela.

La Novela

Se iban un día, de improviso, sin avisar, y regresaban con La Novela, porque La Novela, recuerda, «parecía el último de uno de aquellos fenomenales golpes de suerte, como encontrar oro o extraer petróleo, gracias a los cuales un norteamericano, de la noche a la mañana, en un abrir y cerrar de ojos, podía transformar completamente su destino». Pues bien, debió de preguntarse Gay Talese, uno de los primeros periodistas en exigir su credencial de escritor, ¿y si no tenemos por qué irnos a ninguna parte para escribir La Novela? ¿Y si convertimos El Artículo en El Relato? «En otoño de 1962 se me ocurrió coger un ejemplar de Esquire y leí un artículo que se titulaba Joe Louis: el Rey hecho Hombre de Edad Madura. El trabajo no comenzaba en absoluto como el típico artículo periodístico. Comenzaba con el tono y el clima de un relato breve, con una escena más bien íntima», relata Wolfe. El artículo comenzaba con Joe Louis llamando cariñito a su mujer. Lo había escrito Gay Talese y parecía, sí, un relato.

Eso ocurría en 1962. El año en el que los periodistas que así lo quisieron se convirtieron en escritores periodistas y abandonaron para siempre la supuesta objetividad de la que intenta hacer gala la profesión y abrazaron, en muchos casos, una hasta entonces prohibida primera persona explosiva, y en todos, la voluntad de observar, anotar y luego, construir un relato con aquello que se estaba viviendo, captando, a la manera en que lo hace el novelista, la esencia del momento, lo sentido frente a lo ocurrido, a partir de la ficción, una ficción endiablada, que aún se volvería más con el paso del tiempo. Para cuando, en la década de los 70, irrumpió en ese otro mundo periodístico Hunter S. Thompson, lo de menos era ya el artículo. O, mejor, el fin del artículo en cuestión. Lo de más, exponerse a la experiencia. A eso, al exponerse para luego poder contarlo, se le llamó periodismo gonzo. La primera vez que se utilizó la expresión, que, al parecer, proviene de la jerga irlandesa, y hace referencia al último hombre que queda en pie después de una maratón de alcohol, fue en 1970. Y claro, tenía que ver con un artículo de Thompson.

Un montón de notas

En concreto, uno titulado El Derby de Kentucky es decadente y depravado. En él, Thompson, al que habían enviado a cubrir una carrera, describe todo lo que rodea a la carrera en cuestión, en especial, las nefastas condiciones en las que se encuentra el público, toda esa gente allí, por todas partes, sumida como está, en una espiral de decadencia alcohólica, pero no habla en absoluto de la carrera. De hecho, el artículo ni siquiera es un artículo. Es un montón de notas, que Thompson entregó tarde y de cualquier manera, pero que se publicaron igualmente y fueron un éxito.

A aquel reportaje le siguieron otros muchos. Digamos que a Thompson se le enviaba a sitios para cubrir ciertas cosas y lo que hacía Thompson era no cubrirlas en absoluto. Thompson las vivía, pasaba a la acción, aborrecía ser el tipo que observa y anota. Quería ser el tipo que vive para luego poder contar lo que ha vivido. Así, pasó una temporada con Los Ángeles del Infierno, y lo contó. Luego hizo una parada en Las Vegas, con el encargo de cubrir una carrera de motocross para algún tipo de publicación deportiva, y acabó escribiendo el clásico Miedo y asco en Las Vegas. Fabulosa, divertidísima, y, por supuesto, tan cruda como la carta que te enviaría tu mejor amigo desde el infierno, especialmente sincero y especialmente dado a toparse con infiernos de todo tipo. La maldición de Lono (Sexto Piso) resucita al irreverente Thompson en nada menos que Honolulú. Alguien llamado Perry le envía a cubrir la maratón «para su revista, una cosa llamada Running», escribe Thompson, lo que para él equivale al regalo de «un mes en Hawái por Navidades». El resultado, participación del periodista, con dorsal incluido, en «esa especie de Super Bowl de las maratones» es puro delirio gonzo.

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