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Cuentistas con mucha historia

Cuentistas con mucha historia

La editorial Página de Espuma lanza los últimos volúmenes de relatos de tres autoras, dos argentinas y una española, especializadas en un género cada vez más revalorizado

Elena Sierra

Miércoles, 20 de abril 2016, 12:51

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Hay maneras muy distintas de acercarse a la literatura. Hay quien habla de ella como un refugio o como una terapia, quien la define como una forma de exorcizar demonios o de simplemente, y no es poca cosa, entretenerse; vivir otras vidas, repasar la propia, desquitarse por lo que ha sido concedido y lo que no, evadirse de una realidad complicada... Todas esas son palabras que utilizan los lectores y los escritores. En el último año la editorial Página de Espuma, que tiene una especial predilección por el género del cuento, ha dado cabida en su catálogo a muchas mujeres que escriben y entre ellas a tres que tienen, cada una, su manera de entender esto de escribir.

La que ganó el IV Premio Ribera del Duero de Relato con un volumen que se titula Siete casas vacías es una de ellas. Se trata de la argentina afincada en Alemania Samanta Schweblin (Buenos Aires, 1978), a la que hasta ahora se conocía por sus cuentos de corte fantástico. El premio se lo llevaba por un estilo muy distinto, más realista, y con una intención muy clara, según ella misma explica: poner entre comillas y hasta entre interrogaciones la llamada normalidad. «Es una convención social que crea un estándar muy irreal de lo que debe ser, de lo que debemos ser. La normalidad es casi como una estafa: hay tanta gente que no llega a la norma...», explica la autora.

Por eso las siete casas del título, que Schweblin señala que aparecen dibujadas más desde el exterior que desde el interior, como si formaran parte de una urbanización habitada por personas con problemas (con ruinas y con rutinas), son el escenario de historias tan poco comunes como la protagonizada por una madre que arrastra a su hija de casa en casa, cotilleando en los jardines, entrando hasta el baño para ver cómo viven otros. «La madre busca lo que cree que se le debe. Y la hija, ante el drama que vive la madre, pacta con esa realidad y busca su manera de enfrentarla. Es lo que se llama una sana locura, una reinvención de soluciones que no entran dentro de lo normal pero que a los personajes les valen».

La escritora argentina inventa sus propias soluciones escribiendo. Lo dice así: «La literatura es un ensayo, un entrenamiento». Para ella, escribir es un ensayo y no tanto el resultado de lo que se ha vivido. «Mi abuelo fue soldado en la II Guerra Mundial. Tenía que levantarse antes de la salida del sol, montar en la bici y adentrarse en las líneas enemigas para intentar captar algo de información. Después volvía con sus compañeros y, a veces, lo que había escuchado era de utilidad y salvaba alguna vida. Ese movimiento es el que creo que define la literatura», recalca Schweblin. «Escribir es eso: es exponerte a los miedos, al abismo, a lo oscuro, obtener algún dato útil y volver a casa lo más ileso posible. Lo que aprendo cuando me enfrento a todo eso para escribir es información real y útil en mi vida».

De Clara Obligado, también argentina, también exiliada (nacida en 1950, en su caso el exilio se debió a la dictadura militar), dicen que fue la introductora del género del microrrelato en España. Imparte talleres literarios y ha ganado varios premios, entre ellos el Setenil de cuentos por El libro de los viajes equivocados. Es de otra escuela. Asegura que todo lo que aparece en el volumen de relatos La muerte juega a los dados es parte de su vida. Maquillada. Ella es uno de los personajes, sus hermanas están ahí, su madre, esa familia adinerada que vivía entre fiestas y quintas en las primeras décadas del siglo XX... Es la suya. Aunque lo que ha hecho es transformarla para que todo parezca una intriga de Agatha Christie, con cadáver en la biblioteca y todo.

En la manera de organizar la historia y de encontrar la solución, hay mucho de juego y también de visión personal sobre la literatura y la vida. «La solución al enigma no es lo importante», asegura Obligado, que pone en boca de uno de los personajes una reflexión que define a la perfección cómo entiende ella ambas cosas: «Al final lo esencial no es quién mató a quién, lo importante es qué sucedió con toda esa pobre gente que se quedó viva, qué les pasó después. Lo fundamental no es la solución de los grandes enigmas, sino la vida de todos los días». La literatura refleja situaciones reales y hace que pensemos sobre ellas y cómo las enfrentamos. «Lo importante no es el fin, sino lo que vivimos por el camino. El destino privado es mucho más importante que lo que dice uno de esos mandamases de la economía. Importan los mimbres con los que se hace el presente».

A menudo, los mimbres que queremos ver solo esconden lo que de verdad hay en el día a día de nuestras historias vitales. La madrileña Nuria Barrios (1962) lo tiene claro y es lo que quería reflejar con su libro Ocho centímetros. Que la vida duele, que es inevitable sentir dolor. Ese sentimiento es el nexo de los relatos. «El dolor forma parte de nuestra existencia y no solo el dolor trágico, enorme, al que el arte le presta atención, sino ese que nos acompaña normalmente, esa cuota de dolor que nos toca en la vida», dice la escritora. «Ocho centímetros es algo simbólico, una distancia que parece mínima para que el dolor desaparezca y pasemos a vivir una situación de felicidad pero a veces requiere de un milagro».

Lo que sí le parece milagroso a la escritora es «ser capaces de integrar ese dolor que es nuestro en nuestra vida, integrarlo en nuestra experiencia y aceptarlo como parte de todo lo demás». El sufrimiento «modifica nuestra vida», pero parece que nadie quiere prestarle atención en una sociedad «que niega constantemente el dolor, que parece casi anestesiada». Enseguida se inventan fármacos para acallar «esa inquietud persistente. Yo diría que hoy por hoy las consultas de los terapeutas son los únicos islotes donde se permite expresar ese dolor».

Las consultas y, según se mire y a quién se le pregunte, los libros.

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