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Iciar Bollaín.
Bollaín te da sus ojos

Bollaín te da sus ojos

Erice le inoculó el veneno del cine cuando era una niña. La directora española más laureada y con más conciencia social regresa con 'El olivo'

Oskar Belategui

Jueves, 5 de mayo 2016, 18:53

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Hagan la prueba. Pregunten por una directora española y siempre saldrá el mismo nombre. Icíar Bollaín (Madrid, 1967) tardó muy pocas películas en erigirse en la cineasta más popular de nuestro país. Aprendió el oficio poco a poco con los directores con los que trabajó como actriz. Y eso que pisó un plató por primera vez a los 15 años sin saber muy bien qué era eso del cine. El culpable fue Víctor Erice, que se sentó durante semanas en la puerta de su instituto en Madrid, en busca de una adolescente para 'El sur'. Cuando abordó a Bollaín, ésta le respondió que tenía un examen. Erice esperó y el resto es historia del cine español.

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Hace ya siete años -desde 'Rabia' que Bollaín no se pone delante de una cámara. Alguna vez ha reconocido que nunca llegó a sentirse cómoda con los requerimientos de vacas sagradas de nuestro cine como Borau y Gutiérrez Aragón, que le daban personajes muy complejos e intensos, alejados de su personalidad, que no entendía. La actriz descubrió que detrás de las cámaras pasaban cosas muy emocionantes. Y que una película se cocinaba en la sala de montaje. El trabajo con Ken Loach en 'Tierra y libertad' fue decisivo. Del inglés aprendió que el cine también sirve para espolear la conciencia social.

Su salto al largo con la colaboración de Julio Medem en el guion, 'Hola, ¿está sola?' (1995), revelaba a una directora sensible, con una mirada capaz de dotar de humanidad a todos sus personajes. Una historia de amistad entre dos chicas (Candela Peña y Silke) en busca de una familia sin lazos de sangre, que rebosaba naturalidad y sentido de la observación. También buena mano para la dirección de actores y cuya falta de pretensiones la hacía irresistiblemente simpática.

Tras el éxito de aquel debut, Bollaín rechazó películas de encargo como 'Mensaka' para dirigir solo obras personales. Escribió junto al novelista Julio Llamazares el guion de 'Flores de otro mundo' (1999), que se inspiraba en la famosa 'Caravana de Plan' para hablar de la soledad de los hombres en el medio rural y sus intentos por paliarla. Ambientada en un pueblo de la Castilla profunda, la cinta sigue a tres mujeres una dominicana, una cubana y una enfermera bilbaína que acuden a una fiesta de solteros en busca de marido. 'Flores de otro mundo' habla de la dificultad de relacionarse con personas de una cultura diferente y del abandono progresivo que padece el campo. Una perspectiva de la emigración desde el punto de vista femenino que le valió el Premio de la Crítica en Cannes.

En su siguiente largometraje, 'Te doy mis ojos' (2003) había una imagen recurrente: la protagonista se descubría con zapatillas de casa en la calle. Y no porque hubiera bajado la basura. Quien abandona en estampida su hogar en plena noche debe de tener una buena razón. Si el destino es la comisaría o el refugio de un familiar, al miedo físico seguro que se ha unido la vejación moral en una relación de pareja. La tercera película de Bollaín aborda una realidad, el maltrato, que hasta entonces había sido material de derribo para telefilmes. Profundiza en las causas de la violencia en la pareja y hurga en la psique del gran olvidado en este drama cotidiano: el maltratador.

Nadie mejor que Luis Tosar para aportar rabia y desconcierto a un ser odioso pero próximo. Cree querer a su mujer, pero confunde amor con posesión. Laia Marull aporta fragilidad a una mujer que aguanta junto a una bestia con una esperanza: que regrese el hombre del que se enamoró un día. 'Te doy mis ojos' resume en su título el lirismo y la perversión de la mejor película de su autora. Ni una sola bofetada rasga el aire en este drama sutil y pudoroso, que sabe sacar provecho de la ominosa imaginería religiosa de Toledo. La sugerencia resulta más efectiva a la hora de mostrar el miedo y la pérdida de autoestima de la protagonista, así como la crueldad y el desconcierto del agresor. La realizadora también acierta al ambientar su historia en una ciudad de provincias que asfixia a esta pareja de clase media bajo el peso de la tradición.

Los seis Goyas de 'Te doy mis ojos' convirtieron a Bollaín en la directora más laureada del cine español. Si cuando presentó 'Te doy mis ojos' en San Sebastián estaba a punto de dar a luz a su segundo hijo, cuatro años después regresaba al Zinemaldia con un bebé de meses y un filme llamado a compararse con aquella estremecedora crónica sobre el maltrato. 'Mataharis' (2007) adopta su irónico título de tres mujeres detectives privadas, cuya absorbente profesión la paga su vida en pareja.

Najwa Nimri, María Vázquez y Nuria González encarnan a unos ángeles de Charlie en versión Ken Loach. Espían a oficinistas, consiguen pruebas de adulterio y llegan a casa rendidas. La conciliación familiar y laboral, la comunicación entre cónyuges, la explotación en el trabajo y el control de nuestras vidas por las nuevas tecnologías son algunos de los temas quizá demasiados de su cuarta película. Bollaín demostraba una vez más su buena mano con los actores, tan naturales como la vida misma, ésa que pretende atrapar.

Luis Tosar, Gael García Bernal, Karra Elejalde y Raúl Arévalo protagonizaban 'También la lluvia' (2010), el largometraje más ambicioso de Bollaín, que por una vez se aleaba de sus historias intimistas de cariz social. La directora filmó en la selva boliviana y la ciudad de Cochabamba una odisea que habla del cine dentro del cine. El rodaje de una cinta de época sobre Cristóbal Colón se tuerce cuando la población boliviana, una de las más pobres de Sudamérica, se levanta contra el Gobierno y la multinacional estadounidense Bechtel, que intenta subir de manera desproporcionada el precio del agua.

Un episodio histórico, la llamada 'guerra del agua', que viene a complicar los deseos del productor (Luis Tosar) por terminar el filme a toda costa. Bollaín convertía en imágenes por primera vez un guión ajeno, escrito por su pareja, el escocés Paul Laverty, colaborador habitual de Loach. Un filme complejo y valiente, que contó con la participación de 4.000 extras, y que funciona como juego de espejos entre la colonización de América y la rapiña actual en nombre del capitalismo.

Enfrascada en los preparativos de 'Katmandú, un espejo en el cielo' (2011), que le llevaría al Nepal, Bollaín tuvo que bregar en su cargo de vicepresidenta de la Academia del Cine con la 'espantada' de Álex de la Iglesia, que lanzó su renuncia en internet sin avisar siquiera al organismo que presidía. Bollaín emitió un durísimo comunicado en el que lamentaba que el cineasta bilbaíno había abierto "una crisis innecesaria y muy dañina para nuestro cine".

A la galería de mujeres enfrentadas a una realidad que golpea sus sueños, ya sea en busca de sí mismas, desplazadas en un entorno extraño, maltratadas y desbordadas por una sociedad que las obliga a ser madres, esposas y trabajadoras, 'Katmandú, un espejo en el cielo' sumaba a una maestra española perdida en las montañas del Nepal (estupenda Verónica Echegui), con el sueño de enseñar a niños que a duras penas comen caliente cada día. Un oportuno alegato sobre el poder transformador de la educación, inspirado libremente en la vida de la profesora catalana Vicki Subirana.

Mirada aleccionadora

Hubo quien tachó de inabarcable la mirada aleccionadora de Bollaín en un país retratado sin aliento turístico, casi feudal (la acción transcurre a comienzos de los 90). La directora lanza apuntes sobre el sistema de castas, el trabajo infantil, la prostitución y el choque cultural entre Occidente y los credos hinduistas y budistas. 'Katmandú' podía verse asimismo como el retrato de una obsesión, el viaje sin retorno de una mujer que se reinventa y paga el precio de no tener vida por entregársela a las demás.

Y tras los viajes por Bolivia, Nepal y Escocia -es el escenario de su documental sobre los jóvenes españoles obligados a emigrar 'En tierra extraña' (2014)-, Bollaín regresa a España en 'El olivo', que llega hoy a los cines. Un árbol milenario, símbolo de una España arrasada por la crisis y la voracidad inmobiliaria, sin valores, que la nieta de un agricultor busca por Europa para traerlo de vuelta a sus tierras tras venderlo su familia por necesidad. Solo así el anciano saldrá de la tristeza y el mutismo, al igual que un país que Icíar Bollaín sigue contemplando con su cámara desde un esquinita.

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