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'Nude on the Moon', uno de los filmes de Doris Wishman.
Las chicas malas van al infierno

Las chicas malas van al infierno

Durante dos décadas, Doris Wishman fue considerada como la reina madre del sexploitation, un título que ostentaba de manera orgullosa

Josu Eguren

Jueves, 14 de abril 2016, 13:18

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"He escrito mi biografía. Va sobre una chica que perdió su reputación y nunca la echó de menos".

La cita se la debemos a la inefable Mae West, pero en el cerebro de los cinéfilos de la psicotronia activa el recuerdo de aquellas mujeres de talento físico y medidas extraordinarias que desfilaron sus cuerpos desnudos por los universos lúbricos de Armando Bó, Gregory Dark, Russ Meyer o Andy Milligan. Carne de videoclubs, 'drive-ins', cines para adultos y sesiones 'grindhouse' donde se cultivó la mirada de una legión de hombres respetables, parejas casadas y pajilleros adolescentes a los que me sumo para rendir tributo a una mujer superlativa: Doris Wishman.

Cuando el crítico de cine y presentador de televisión británico Jonathan Ross reivindicó su legado al rescatar la filmografía de la cineasta neoyorquina en la serie 'The Incredibly Strange Film Show' (1988-1989) -como parte de un recorrido por la cara B del cine americano que incluía paradas en Herschell Gordon Lewis, Ray Dennis Steckler, Sam Raimi o Fred Olen Ray- muy pocos espectadores reconocieron en aquella chica de oro, dulce, energética y pudorosa a la que durante dos décadas fue considerada como la reina madre del 'sexploitation' y el cine de bajo presupuesto, un título que ostentaba de manera orgullosa y que le valió el respeto (y la amistad) de productores míticos como David F. Friedman.

Iniciada en el 'showbiz' de la mano de un familiar para el que trabajó en la distribución de cine independiente, fue a la muerte de su marido (con 48 años) cuando se lanzó a la producción y dirección de una ópera prima financiada con un pequeño préstamo de su hermana y la capitalización de inversiones por parte del laboratorio y los estudios de grabación (la historia de Wishman es la historia del cine autoproducido). 'Hideout in the Sun' (1960) fue la película con la que Wishman se bautizó en el subgénero de las 'nudie cuties', inaugurando el primer tramo de una estimulante y prolífica filmografía que se oscureció progresivamente para ajustarse a los gustos del público. Abandonando el tono colorista y naif de sus primeras excursiones a campamentos nudistas (en 'Nude on the Moon' tutea a Méliès al hibridar ciencia ficción 'low cost' con un tratamiento surreal del cuerpo femenino), Wishman explora el potencial de una nueva etiqueta, los 'roughie films', en una colección de títulos donde el sexo y la violencia gratuitas son domesticados por una mirada que descompone la imagen para producir secuencias fascinantes que limitan con el pulp art erótico y la obra del japonés Kji Wakamatsu.

Wishman nunca perdió de vista que el cine de bajo presupuesto era un negocio para estajanovistas pero, a pesar de su compromiso con la voracidad de los circuitos de exhibición independientes, sus películas están llenas de hallazgos, giros argumentales y golpes de ingenio (la teta-cámara fotográfica de Chesty Morgan en 'Double Agent 73') que las distinguen del magma industrial en el que se confunden miles de producciones que no aspiraban más que a engordar la cartelera de las salas X. Si el cine de Wishman es reverenciado por un culto que incluye a figuras tan distinguidas como John Waters (es inevitable una comparación entre 'The Immoral Three' y 'Pink Flamingos') es porque está impregnado de la vitalidad que irradiaba una pionera que merece el mismo tratamiento que Wanda Jackson o Diane Arbus.

Maestra autodidacta de guión, producción, dirección y montaje (en su filmografía abundan las remezclas y las tramas dobles en las que se superpone material filmado para otras películas), Wishman rodó sin descanso entre 1960 y 1983, un largo período durante el que cosechó la fama de trabajadora infatigable y pagadora puntual que le permitió sacar a adelante proyectos cada vez menos rentables durante unos años en los que el cine para adultos experimentó un brutal cambio de paradigma. Con productos y directores como 'Garganta profunda' (1972) y Gerard Damiano fagocitando el mercado audiovisual, la directora de 'Bad Girls Go to Hell' (1965) y 'A Taste of Flesh' (1967) tuvo que reinventarse sin cruzar la línea roja que marcaba la distancia entre el 'erotismo thrash' y el sexo explícito, aunque participó en la supervisión de escenas incluidas en películas 'hardcore' que no llevan su firma. A esta nueva etapa pertenecen 'The Amazing Transplant' (1970) -su particular revisitación de 'Las manos de Orlac', de Robert Wiene, en versión genital- y el famoso díptico formado por 'Deadly Weapons' (1974) y 'Double Agent 73' -filmadas de manera simultánea-, en lo que significó su primera y última colaboración con Chesty Morgan, una stripper polaca dotada de una anatomía mamaria que multiplicaba por dos los poderes de Isabel Sarli, Danuta Lato o Christy Hartburg. Los problemas con la diva del 'softcore' le llevaron a prescindir de sus servicios con motivo del rodaje de 'The Immoral Three' (1975), fechando en la cronología del cine de culto un programa doble que incluye escenas tan delirantes como el asesinato de un hombre asfixiado por los pechos de la protagonista.

Antes de que un sector del movimiento feminista degradase en pose para convertirse en el nuevo techo de cristal que ataca cualquier forma de incorrección política en nuestros días, otro mix de curiosidad, carácter indómito y simple oportunismo le llevó a filmar 'Let Me Die a Woman' (1977), un documental -con la participación del controvertido doctor Leo Wollman- en el que retrata la vida de un grupo de hombres y mujeres transexuales atrapados en cuerpos extraños con una deslumbrante sensibilidad que se adelanta más de una década al estreno de 'Paris is Burning', de Jennie Livingston (1990).

Como revelaba Dave Friedman en 'The Incredibly Strange Film Show', era común que Wishman atajase los problemas que surgían al sincronizar imagen y el sonido directo de los diálogos, recurriendo al doblaje en la fase de postproducción, lo que le permitía exprimir al máximo sus raquíticos presupuestos. En esas condiciones se hace evidente la habilidad con la que hace brotar el talento de la precariedad (sus imágenes accidentales y accidentadas tienen la fuerza del 'cinéma vérité'), y las infinitas posibilidades que derivan de la manipulación del montaje como recurso expresivo (el corte neto al plano detalle de un objeto o extremidad anatómica es su rasgo más característico).

El receso que va desde 1977 a 1983 se salda con el fallido estreno de 'A Night to Dismember', un 'slasher' frankensteiniano protagonizada por Samantha Fox agravado por problemas económicos que dejan en evidencia su primera incursión en el resbaladizo terreno del terror 'gore' y ponen en 'stand by' una imponente trayectoria que hasta la fecha abarcaba 27 películas.

La complejidad del nuevo escenario la forzó a aparcar una carrera que resurgió de sus cenizas en 2001 gracias a 'Satan Was Lady'. Con Wishman justamente reconocida como figura de culto, y merecedora de los laureles que lucen cineastas como Dorothy Arzner, Agnès Varda o Vra Chytilová, vieron la luz 'Dildo Heaven' (2002) e 'Each Time I Kill' (estrenado post mortem en 2007), los dos últimos trabajos de una directora nonagenaria que entregó hasta el último aliento de sus escasos 1 metro y 50 centímetros de altura al oficio de escribir y dirigir películas.

"Me retiraré cuando muera, e incluso entonces haré películas, en el infierno".

No le faltarán admiradores y un casting inagotable en el que es fácil imaginar a Tura Satana y Maria Antonietta Beluzzi.

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