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Sylvester Stallone, en el papel de Rocky Balboa.
La hora de Sly

La hora de Sly

Carne de héroe, el actor curtido en musculosas y olvidables secuelas recurre de nuevo a Rocky para cerrar el círculo de una trayectoria propia de un 'biopic' de Hollywood que empezó, sorpresa, con ciertas inquietudes artísticas

Guillermo Balbona

Jueves, 28 de enero 2016, 18:48

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El rostro manda. Como si el actor y sus personajes, la máscara y la interpretación se hubiesen fundido en una cicatriz permanente, en un trasunto de su propia efigie, en una expresión inexpresiva. Su ampulosidad es tan invasiva como eficaz su capacidad para resucitar en pantalla. De Rocky a Rambo se regenera con extraña familiaridad y aplica la máxima de que todo regreso es como "encontrarse de nuevo con un viejo amigo". Sylvester Stallone (Nueva York, 1946) es carne de héroe y restaurador de secuela. En su caso el estereotipo, bien fabricado y mejor alimentado, ha devorado cualquier intento de encontrar un resquicio bajo la piel dura de este actor, director, productor, que fagocita el ruido de la industria, estaba en las redes sociales del imaginario y la iconografía popular antes de que existiera internet y, con Oscar o sin él, se sigue considerando, ante todo, un escritor.

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En Stallone, todo, hasta el nombre, es demasiado sonoro como para obtener un reflejo equilibrado de su figura. Todo suena a golpe bajo, a explosión, a guión defectuoso y arquitectura de héroe por accidente. Los premios no le son ajenos pero la categoría de estrella, más allá de las luces de neón y la alfombra roja, se antoja un debate bizantino. Con la autoridad que le da esa aureola de cariátide pluscuamperfecta y desestructurada, el Globo de Oro bajo el brazo es el mejor certificado para meter por los ojos ese 'spin-off' que es 'Creed. La leyenda de Rocky' (que llega hoy a las salas), una entrega con aroma a redención en pantalla y fuera de ella, y balada de pupilo y maestro. Como si a 'Million dollar baby' le hubiese salido un sarpullido letal.

No es un actor del método pero sí un metódico golpeador de carteleras, un fabricante de mitología hinchable y agradecida que rebota en las fachadas del cine de culto y se cuela en los dormitorios de los sueños populares. Está asociado a la violencia pero Stallone nunca ha renunciado a rezumar de sentido ético a sus personajes y sus conductas.

Quizás la claridad de intenciones y objetivos, al margen de 'pinchar' en taquilla, es lo que ha vertebrado la carrera del protagonista de 'Cobra', que ha generado los icónicos Rocky Balboa y John Rambo como frisos que han presidido una trayectoria de contundentes fracasos y sonoros asaltos a la taquilla mundial.

El macho de físico avasallador, el héroe de combates interminables ha terminado encarnando una fisicidad afeminada de cirugía y bótox, de hormonas del crecimiento y esteroides, de abotargada prolongación de vida cinematográfica que, paradójicamente, se va a traducir a finales de febrero en una estatuilla. Su papel de boxeador reconvertido en entrenador del joven Adonis Johnson, es una prótesis acertada que recobra la franquicia y la vitalidad de un personaje emblemático y universal.

Pero tras la máscara y el héroe, Sly esconde una personalidad compleja en la que los mitos, las etiquetas y las falsedades han rodeado su ventana más visible desde que en 1975, inspirado por el combate entre Alí y Chuck Wepner, se decidiera a escribir un libreto en tres días que propició el nacimiento de 'Rocky'. Esa presunción de escritor, de intelectual sacrificado por una apuesta por el entretenimiento y la imagen pública, desde que se enfrentó a sus primeros productores y decidió interpretar a Balboa, pulula tras los destellos de la estrella.

Fanático del cine de Bollywood, del equipo de fútbol de la premier Everton FC (Liverpool), el boxeo, por supuesto, es su pasión al que destinó labores de promotor en los 80, además de representar a boxeadores campeones del mundo como Sean O'Grady. Apasionado lector de la obra de Poe, una de sus tribunas más mediáticas fuera del cine son sus comparecencias expositivas con sus pinturas al óleo.

Sly/Rambo, como si descendiese por una escalera dorada, su particular representación del 'crepúsculo de los dioses', se resiste a sus 69 años a caer en los lugares comunes. Hace apenas ocho años fue detenido en Australia con medio centenar de frascos de la hormona de crecimiento humano sintética Jintropin, mientras las sucesivas cirugías estéticas van mutando el cuerpo de la estrella en diálogo con el espectador. Al cabo, bajo la escritura de aquel primer guión, por el que estuvo nominado, y su velado potencial de autor, es el momento de recordar que su debut estuvo tan vinculado al cuerpo como el género porno. En los setenta protagonizó 'The Party At Kitty and Stud's' (Morton Lewis), más conocida como 'Italian Stallion' o 'El semental italiano'. Ese es el apodo de Rocky Balboa en las películas, y el título bajo el que se reestrenó en 1976, tras el éxito de 'Rocky', de John G. Avildsen.

En realidad fue una incursión en el erotismo de salón que el actor afrontó como salvavidas económico. En 2008, el sello Another World Entertainment lanzó al mercado una edición en DVD de la película que prometía contener escenas hardcore eliminadas, aunque Stallone no aparece en ninguna de ellas. En 2010, todos los materiales de rodaje y los negativos originales, así como los derechos, fueron vendidos por eBay.

La familia

Actor "ambulante", convencido de que la familia es lo más importante, Stallone lo define en una sentencia: "El cine es maravilloso, pero no puede compararse a la película de la vida". El boxeo como metáfora vital ha sobrevolado el mundo de Sylvester Stallone, quien tras perder a su hijo hace tres años, ha asumido cierta redención liderando el regreso de Rocky. Un actor que, pese a llevar consigo la pesada carga de anabolizantes y la textura de la violencia asociada a cualquiera de sus presencias, nunca ha dejado de dotar de cierto halo de impostura intelectual, moral y ética al defender sus personajes y sus producciones. Con este alabado Rocky y su correspondiente candidatura, que ha dirigido Ryan Coogler, siente que su carrera revive. "Morir es fácil, vivir es muy difícil".

Su autocrítica le ha llevado a confesar públicamente que lo mejor sería olvidar 17 de sus 30 filmes porque le hacen aparecer como "un imbécil". Símbolo del arquetipo musculoso y 'macho man', ha rechazado tantos papeles dramáticos como incursiones fallidas en la comedia salpican su fimografía. Pero ningún estereotipo podrá superar al más acusado y subrayado de su vínculo con la identidad norteamericana: el intérprete neoyorquino ha encarnado el emblema conservador de la América de Reagan y sus secuelas, a modo de héroe letal e implacable, adalid de las causas imperialistas en busca del honor, la justicia, la patria y dios, entre guiños de gimnasio, líder parapolicial y demagogo de salvador y policía del mundo. Protagonista de un extenso catálogo de personajes italianos, entre gánsteres y proletarios, héroes anónimos o matadores y sementales con dudosa placa oficial.

Viril y violento, entre arrebatos y sueños de galán anatómicamente impulsivo, ha cursado una casi oculta y de culto autoría como escritor plasmada en una auténtica rareza, 'Paradise Alley'. Esta novela, que escribió este libro a finales de los setenta, relata la historia de tres hermanos provenientes de Italia que viven como pueden en un duro barrio de Nueva York conocido como la Cocina del Infierno. En el verano de 1946 uno de los hermanos Carboni, se dará cuenta de su gran potencial para convertirse en un gran luchador de lucha libre. Con tono de guión sitúa la acción en el mismo barrio donde nació. El protagonista de 'Demolition Man' o 'Tango y Cash' exponía ya, negro sobre blanco, su ansia literaria y su visión del mundo.

Había un actor

En el cine dejó huellas de que podría haber un actor bajo la máscara en una de sus resurrecciones. En 1997, intentando cambiar la etiqueta de títere de acción, se convirtió en el protagonista de 'Cop Land', junto a Robert De Niro, Ray Liotta y Harvey Keitel. Engordó veinte kilos para interpretar a un policía mediocre. Su actuación fue muy bien recibida por la crítica. Antes de 'Gran Hermano' y la moda de los realitys este emprendedor tan epatante como fiel a sus obsesiones puso en pie el show 'The Contender', en el cual boxeadores de diferentes ciudades de Estados Unidos se reunían en una casa donde entrenaban y cada semana peleaban en una eliminatoria.

Pero su fe en un modo de entender el cine se ha reflejado en la última década en 'Los mercenarios', el centrifugado de duros y estrellados, de Jason Statham, Jet Li, Dolph Lundgren y Mickey Rourke, a Arnold Schwarzenegger y Bruce Willis, de Eric Roberts a Stone Cold. Y en perspectiva un nuevo 'Rambo'. Stallone, entre un machismo funcional y un toque redentor, defiende su ideario: "Siempre ha habido necesidad de tener algún personaje masculino de referencia". Y, sin que uno deje de ver al boxeador o al mercenario, explica su sentido del héroe: "Es alguien que tiene miedo pero que, al mismo tiempo, es capaz de superarlo y que a pesar de ese miedo es capaz de llegar hasta el final". Y, por si hubiese dudas, más claro imposible: "Un héroe es alguien que sabe lo que significa sacrificarse". Con Oscar o sin él bajo el brazo, siempre asoma la impresión de que bajo la máscara del héroe hay un autor hechizado por descifrar, como Poe, el enigma del sueño americano.

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