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Marlon Brando, en una escena de la película.
La hoja de ruta de la brutalidad, el miedo y el fanatismo

La hoja de ruta de la brutalidad, el miedo y el fanatismo

'La jauría humana', el drama en torno a una sociedad de miserias y podredumbre, con un sobresaliente Marlon Brando inmerso en un infierno moral

Guillermo Balbona

Jueves, 28 de enero 2016, 16:24

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Como en 'Furia' de Fritz Lang, hay un órgano vísceral que atraviesa la obra de Arthur Penn. Es un latido físico, una atmósfera tóxica que empapa la vida de los personajes que habitan la desgarrada y claustrofóbica historia sureña de 'La jauría humana'. Los golpes de este filme poseído por un magma de violencia y vértigo, duelen más que en cualquier cinta gore. Prepotencia, racismo, alcohol y brutalidad conforman un mosaico en el que el linchamiento, la huida, la libertad, el escapismo y la asfixia moral crecen entre la mala hierba de una historia histérica que provoca tanta empatía como rechazo.

Este descenso a los infiernos primarios del ser humano, a modo de cloaca sociológica, entre lo sórdido, y una extraña desazón, es fruto de la adaptación de una novela y, después, pieza teatral de Horton Foote, con guión de Lillian Hellman. Su reparto, encabezado por Marlon Brando, Jane Fonda y Robert Redford, constituye uno de los factores humanos clave de una película ante la que no cabe la indiferencia y que gestiona con eficacia e inteligencia los tiempos suspendidos, la tensión y el clima que envuelven al retrato de un pequeño pueblo de Texas tras conocerse que un joven, enviado a prisión bajo falsas acusaciones, se ha escapado del penal y pretende regresar a casa.

La jauría es ese estado en el que viven inmersos los habitantes de este filme en el que lo provinciano se adentra en el fanatismo a través de una radiografía social decadente. Arthur Penn imprime brío, maneja con destreza las subtramas, desbroza el sueño americano y se enreda en una marejada en la que la lucha de clases, el adulterio, los celos, las envidias acaban ahogando todo punto de fuga argumental y moral. Más allá de la pose y la afectación, Marlon Brando emerge con pasión a modo de epicentro humano, entre gestos y discursos, en un retrato social donde el caciquismo, los prejuicios sociales y el racismo generan un laberinto y un bucle de violencia inmersa en la América profunda. A esta espiral contribuyó un rodaje complejo debido a las diferencias que mantuvieron director, guionista y productor.

Adaptación de la novela de Foote, su traslación a la pantalla se desarrolla visualizando una historia de suma violencia ambientada en la América profunda. Ese lado instintivo, primario, casi salvaje, se mastica a lo largo del filme con varias situaciones límite que salpican con precisión un complicado ecosistema dramático que se eleva gracias a un reparto equilibrado sembrado por importantes secundarios como Janice Rule, Martha Hyer y Robert Duvall. Lo siniestro y lo íntegro conviven y combaten en una comunidad feroz, alienada, uniforme en su cobardía. El filme, redescubierto tardíamente en España, es un exponente de ese cine crítico, contestatario que asomó en los sesenta. 'La jauría humana' es un poderoso artefacto emocional que remueve las entrañas y que conserva su nítida silueta transgresora.

El cineasta de 'El milagro de Anna Sullivan' y 'Bonnie & Clyde' con suave contundencia pasa del retrato de supervivencia a la denuncia de un sistema opaco y ese clima opresor entre la persecución y la caza en un infierno gradual. Marlon Brando, en una de sus grandes interpretaciones, recobra la fisicidad de 'La ley del silencio' y abruma al captar el derredor en un trabajo inmenso de interiorización. El actor acapara así tanto lo que sucede en la ficción como la reacción emocional implícita en la mirada exterior a la pantalla de forma agresiva. La secuencia de la paliza, un memorable descenso sin retorno a las profundidades de la violencia, el miedo a la diferencia y el anonimato que garantiza la masa, es uno de las más desgarradores instantes de brutalidad ritual que ha dado el cine.

Ahora la cinta de Penn revela toda su fuerza intacta, intensidad y carácter, pero en el momento de su estreno, en 1966, fue vapuleada y las acusaciones y ataques se sucedieron en cadena. Arthur Penn incluso llegó a renegar del filme. Buena parte de la singularidad reside en su adscripción al western porque aunque cambie el paisaje mantiene los códigos y las raíces del género que en ese tiempo había entrado en una profunda crisis. Sin efectismos, la crueldad desde la epidermis hasta el fondo, asoma en una obra que, sin embargo, deposita su fuerza en la atmósfera de su caligrafía y evita con maestría el morbo. De este modo, desde la elegancia y la contención, la pantalla desprende una perturbación permanente.

Como si uno ascendiera por los peldaños de una escalera interminable, el hondo proceso dramático crece imparable con una tensión envolvente, enérgica, que se adhiere a la piel de esta caza al hombre dotada de las esencias de lo trágico.

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