Ana Alonso y Marina Caño son las dos psicólogas que están al frente del programa de atención a la población joven de la ciudad. E. C.

Salud Mental Miranda atiende ya a 60 jóvenes en su plan infanto-juvenil, el 70% menores de 16

El programa ha cerrado la acogida para garantizar una correcta atención y seguimiento al grupo que ya atiende

Cristina Ortiz

Lunes, 13 de octubre 2025, 23:57

Soledad, frustración, gran sufrimiento, sensación de ser agentes pasivos de su propia vida... son algunos de los problemas o sentimientos que comparten muchos de los ... jóvenes que a lo largo de todo un año de intervención han pasado por el programa de atención psicológica a la población infanto-juvenil de Salud Mental. Más de 60 personas, atendidas en una iniciativa diseñada sobre el papel para 30, por lo que ha duplicado sus expectativas, y que ha tenido que cerrar hasta final de 2025 la acogida de nuevos casos, para poder dar una atención real a los que ya están dentro. Chicos y chicas de los que alrededor del 70% son menores de 16 años (con muchos de 12, 13 y 14) y sólo cinco mayores de edad. Algo muy significativo en una iniciativa que se diseñó para servir de apoyo a un colectivo de entre 12 y 25.

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Y es que durante el verano, los centros de salud han tomado el relevo a los institutos a la hora de derivar nuevos usuarios a los que atender. No ha habido parón y antes de que en unas semanas, una vez que el nuevo curso escolar esté más estabilizado y los profesores conozcan bien a los alumnos y les empiecen a derivar a aquellos en los que detecten necesidades, han decidido cerrar el cupo «para poder dar un servicio de calidad».

No hacerlo, conllevaría no poder atender bien a los que ya están y no quieren espaciar las citas más allá de los quince días, ya que el contacto directo, la confianza y la conexión con las dos psicólogas que atienden el programa desde su arranque es fundamental para que la ayuda sea efectiva. «Estamos dando citas cada dos, e incluso, tres semanas. Un servicio que está planteado para tener un seguimiento continuado se está pareciendo a un hospital», valoró Marina Caño, una de las psicólogas del programa.

Además, apuntaba su compañera Ana Alonso, es «muy importante para la alianza terapéutica cuando nos están conociendo que no se espacien mucho las visitas. Ahora no las estamos generando tan fácil como al principio y sin ese vínculo no puedes trabajar nada y más aún con los jóvenes».

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Pero no sólo les ha sorprendido el volumen, también la edad de quienes llaman a su puerta, ya que «hay muchos de 12 años»; así como «la soledad percibida y los pocos recursos que existen en Miranda para los jóvenes. Creo que hay muchas iniciativas relacionadas con el consumo pero que no se abren espacios con actividades bonitas para ellos, por lo que en cierta manera les invitamos a ese consumo porque es casi lo único que pueden hacer», apuntaba Marina Caño.

Lo hacía al tiempo que su compañera, Ana Alonso, llamaba la atención sobre «el gran sufrimiento que trasladan. No me lo esperaba. Hay situaciones bastante urgentes que es importante tratar cuanto antes y, actualmente, no se cuenta con los recursos suficientes para esa necesidad».

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Agentes pasivos

Quizá porque la sociedad tampoco es consciente de la frustración que a esas edades provoca el «no tener ningún control sobre las cosas que pasan a su alrededor. Son agentes pasivos de lo que les ocurre y eso genera mucha frustración», incidió Caño; que cree que falta acompañamiento para que superen y afronten determinadas situaciones en lugar de lanzarles el manido mensaje de «es la adolescencia, ya se te pasará». No ayuda. «Están un poco solos», refrendaba Alonso. «La sociedad no está preparada para acompañar a los chavales en esa etapa. Se infravaloran sus problemas, invalidamos cómo se sienten y hacemos que no los vuelvan a contar y se lo guarden; pero ese sufrimiento saldrá después por otra parte».

De hecho, ellas, en el año que llevan al frente del programa, han podido constatar muchos casos de acoso que estaban invisibilizados porque no se ha puesto la atención en las pequeñas pistas de lo que estaba ocurriendo. «No nos vamos a encontrar de primera a un matón pegando a alguien, hay que poner la lupa en minipistas y explorarlas», señalaron; al tiempo que lamentaban que no se tenga en cuenta la opinión de estos jóvenes a la hora de establecer los protocolos sobre cómo abordar esas situaciones.

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Además, tienen claro que a los centros les cuesta abrir protocolos antiacoso o antibulling y a las familias en muchas ocasiones también el asumir que ellos tienen algo que ver con el sufrimiento que expresa un menor. «Muchas vienen buscando un diagnóstico y nosotras no lo damos, aquí nos quedamos con el sufrimiento y tratamos de ver qué cambios se pueden hacer para mejorar la situación. Es ahí donde echamos un poco de menos su respaldo. Normalmente son más rígidos que los jóvenes: primero, les cuesta asumir el problema; y, después, generar el cambio».

Evidentemente, son conscientes de que «es un proceso complicado que nace muchas veces de intentar proteger tanto a sus hijos como a sí mismos. Tendemos a ser muy paternalistas, diciendo lo que es bueno para ellos pero sin preguntarles lo que quieren o cómo se sienten. Es un fallo como sociedad», incidieron.

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